miércoles, 20 de mayo de 2009

Sobre el Temor




Surge en mí una sensación extraña, algo que se desplaza lentamente, como una serpiente reptando por el árido borde de un desierto abandonado, perdido y olvidado que retorna nuevamente tras la ausencia de un largo alejamiento. No es la invasión e inmovilismo vivido en los albores de mi desarrollo, sencillamente es la manifestación de una suerte de recuerdo que revive cada cierto tiempo de maneras y formas diversas.


Busco y husmeo en mi infancia a objeto de constatar el origen, para por fin encontrar en mi archivo, inserto como una marca: El Temor.- Sí-, aquella emoción tan indeseada pero sin embargo presente como una marca a fuego en nuestra conciencia desde tiempos ancestrales que se encuentra grabada en el recuerdo, emergiendo tras caretas y motivos diversos : Temor a la soledad, al abandono, la pérdida de mis padres, su posible separación, el temor al fracaso, al error y tantos otros elementos que acompañaron mi senda infantil- En resumen; ser objeto de una sensación de vulnerabilidad o falencia destemplada que permite ser atacado, derrotado o despojado de algo valioso para uno ante una total inmovilidad o percepción de impotencia.

Fueron variadas las oportunidades en que me sentí atrapado por una fuerza superior que en apariencia bloqueaba mi capacidad de reaccionar o al menos invocar una posible solución ante dicho laberinto tapizado de fantasmas y acertijos omnipresentes, aunque con toda la fuerza dentro de mí lograba una y otra vez derrotar cada emoción corrosiva que iba derritiendo mis sentidos.Esto diferencia claramente la idea de temor y la de terror que implica la anulación total del sujeto que vivencia tal experiencia.

La transmutación de las causas con el tiempo fueron reportando nuevas variantes, así por ejemplo vienen hoy a mi memoria: -El recuerdo de una película de terror basada en hechos reales que me mantuvo tardíamente con un temor nocturno, la sensación de ser abordado por una fuerza irrebatible en la noche o atacado a mansalva como le ocurría a la protagonista, era causa de ansiedad, angustia y pánico-.

Luego la idea obsesiva expresada en sensaciones de posibles enfermedades, la capacidad de sugestión siempre jugó en mi contra y fue un caudal de motivaciones para sentir que aquello que le ocurría a otro podía perfectamente ocurrirme a mí. En síntesis era la sensación de conciencia abierta a la probabilidad y al hecho de que mi suerte no estaba del todo echada y así como hoy estaba bien tal vez mañana las cosas podían variar.

Temor a Dios. Por mucho tiempo viví bajo la aceptación de una suerte de condena cuyo ejecutor era Dios, era este un castigador o a lo menos un observador implacable que no perdonaba ni permitía errores, así cualquier falla remitía al consabido castigo, al exilio y destino final configurado en el averno poblado de seres deformes, consumidos por su maldad, protagonistas de una lenta pero inevitable corrupción a manos de un entorno oscuro, mal oliente imposible de evocar como imagen. Con una idea preconcebida que me ubicaba en un sitial de criatura “pecaminosa” todo castigo parecía ser cosa de niños o al menos un asunto que no permitía una nueva lectura. Encontrarse atrapado en una cultura culposa que enreda tus actos hasta transformarlos en una constante sentencia es fatigoso y obviamente impide lograr una verdadera liberación desde la intimidad de tus pensamientos.

Debo reconocer que igualmente osé adentrarme en una mirada distinta o al menos atisbar ese mundo apartado por la invisible e intangible muralla de lo prohibido cuando osé leer Fausto o la Divina Comedia. Luego de dicha lectura debí batirme con sensaciones de culpa, incertidumbre, duda y sobre todo de un matiz extraño que me condenaba por anticipado o me hacía recordar lo mal que había hecho o la cercanía de aquellos mundos trastocados que describen los autores.

En fin debo asumir que mi amistad con Dios fue tardía pero ampliamente provechosa, no fue gratuita pues en el camino, primero tuve que entender que los educadores y quienes se autoproclamaba como sus guardadores celosos de fe, proyectaban justamente esta imagen fatal y demoníaca como muestra de que no eran precisamente ejemplos de virtud. De esa manera me distancié de los intermediarios y me acerqué a la fuente primigenia, al Dios sin apellidos que me tendió su mano generosa empapándome de la esperanza y la fe, elementos significativos en mi caminar.

Así, me constituí en una suerte de peregrino que fue transitando por diversas etapas en la vivencia de esta emoción. Más allá de todo aquello y de algunos episodios en donde el temor se encarnó concretamente en algún episodio fundado, siempre me pregunté respecto a su manifestación en mi persona y la forma de encararlo sin caer en la contradicción de la negación o la total sumisión. Hasta el día de hoy inclusive pareciese que emerge, de tarde en tarde bajo un manto de amenaza que se cierne sobre mi persona, buscando entablar un debate o sencillamente resquebrajando la estructura construida presentando nuevos o viejos discursos que afloran como un manantial copioso en busca del camino hacia el encuentro la inmensidad del mar. Sólo hoy he logrado asumir dicho proceso como parte de mi ser, más allá del inmovilismo he aceptado su manifestación es decir asumirme desde la construcción permanente en donde la presencia del temor puede ocurrir, más no caer en la sensación de abatimiento o desolación que impide el curso de nuestra propia tarea, meta u objetivo labrado en base a sueños, aspiraciones, creencias o el simple deseo de emprender la aventura hacia un mañana que se actualiza en cada instante.

Más que huir es interesante experimentar la posibilidad de enfrentar, atisbar, observar frente a frente desde una dimensión que permita sentir, vivenciar y entender que nunca estamos completamente solos o abandonados a nuestra suerte. Tememos en la medida que nuestra propia autoimagen es el reflejo de la incertidumbre, la precariedad cursada desde una desconfianza con nosotros mismo y nuestros recursos. Por ello si eres capaz de asumirte como un ser con un sentido, capaz de valorar la posibilidad de encontrar el camino esperado, de desplegar tus facultades de afecto y a su vez de recibir afecto, de creer en la trascendencia de tu propia persona y en la reciprocidad de quién te ha permitido vivir, entenderá que no existe sólo un polo capaz de infundir el temor o miedo sino a su vez entenderás que también está presenta la fuente de energía capaz de regalarte amor, cuidado y protección desde la propia autosanación. De entender y comprender el mundo como una expresión multicolor, en donde no sólo reina la noche ausente de luz sino también el día más radiante y luminoso como una gran señal de esperanza para cada uno de nosotros.

El miedo por tanto se despliega y sigue su curso de alertarnos, más cada uno de nosotros avanza hacia el camino que debe seguir y que se encuentra en nuestra misión personal según los propios momentos y deseos, como expresión de la propia identificación, del camino de la individuación y del retorno al si-mismo.