jueves, 16 de junio de 2022

Tiempo ido

 ¿Adonde fueron las calles, alamedas y lugares que hasta hace poco eran motivo de alegría?

Pareciera que una tormenta hubiese arrancado mis lugares favoritos, o una guerra maligna los hubiera destruido, sin más aviso que una promesa de despertar. Lo cierto, es que desde hace mucho recorro nuevamente los intersticios de mi ciudad para recuperar los aromas, sensaciones y vistas que me alegraban y otorgaban sentido. Sin éxito. Eso es categórico.

Muros rayados, dibujos extraños, consignas y amenazas labradas en esos espacios que antaño eran el orgullo de mi ciudad y que ahora son el albergue de oscuridad, basura y violencia, desbordan mis sentidos y recuerdos.

Aquellos locales donde disfruté beber y comer, aquél otro donde el café era una delicia o simplemente la plaza que alojaba enamorados, turistas o estudiantes, ahora es un espacio distinto. Algo ajeno se apoderó de mi ciudad, quizás una fuerza oscura que envidiaba nuestra paz, sedujo los espíritus de miles que buscaron su destrucción.

Mi ciudad siempre quiso ser honesta y limpia, sus monumentos estaban allí a la vista, límpidos, aseados y con la impostura de siglos en su efigie. Lo mismo sus locales y edificios, también sus residentes. Hasta que llegó esa ola de destrucción que azotó nuestras costumbres de provincia, nuestros espacios de tranquilidad y ese bullicio parco y ameno que era característico nuestro.

Prometieron muchas cosas, gritaron otras, quemaron iglesias, golpearon e incendiaron los pequeños locales e instalaron la ley de la violencia. Así, mi ciudad comenzó a desfallecer lentamente y con ella sus encantos fueron cubiertos por fuego y destrucción. Buses quemados, locales quemados, monumentos destruidos, barricadas de los viernes, robo de autos, robo de bicicletas, asaltos y un sin fin de hechos lamentables. Todo eso, se instaló como parte de la "buena nueva" que traían aquellos que la corroyeron con su inmisericorde indiferencia y amor al fuego.

De esta forma, cada vez que recorro las calles, me encuentro con las cicatrices de nuestra ciudad, su rostro lozano y alegre que se acompañaba de nuestro río y sus exuberantes gaviotas, ha devenido a tristeza y amargura. Los que trabajaron por ti,  murieron o son mayores y no iban a poder enfrentarse con ese vigor juvenil con el fuego entre sus manos y que pisoteó nuestra ciudad. por eso, intento mirarte desde los cerros aledaños, a la distancia las heridas se atenúan y tu belleza resalta como en el pasado con tu cordillera nevada que vigila nuestro valle.

Es en esos momentos, cuando pienso  que quizás en el algún momento, nuestras montañas se levanten y defiendan a la ciudad que creció a sus pies, o tal vez la lluvia y la naturaleza entera se alcen ante la violencia insertada por las voces altisonantes. Sonrió al comprobar que mi fe en los humanos ha disminuido, al menos en los que han pactado con el fuego y la destrucción. De ellos no espero nada, sólo sus consignas y egoísmo disfrazado de falsa dignidad.   

Mientras tanto, miro al cielo y busco ese azul que me acompañó de niño y otorgó tranquilidad en la certeza de la protección. Quizás mañana vuelva nuevamente a buscarlo, y junto con el, a la ciudad que me fue arrebatada... 


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