Se alzó el sol en medio de la tarde, sabiendo que volvería nuevamente a
transitar sobre aquella comarca en su viaje de travesía milenaria. ¿En que condiciones? -eso lo ignoraba-, más que
importaba la anticipación, si cada día tenía su momento.
Al mismo tiempo, observaba el campesino la partida del verano, donde cada hoja
marchita le recordaba el inicio de un nuevo ciclo. Así, el tránsito ineludible
se abalanzaba con sigilo en el campo dejando tras su paso una huella de pasado
y presente.
Lejanas parecían las aves que surcaban el horizonte, probablemente en su
periplo llevaban el destino hacia un clima más grato y acogedor. Ellas también
partían del que hasta hace poco había sido su hogar, dirigidas por una fuerza
invisible que evocaba la misma historia de tránsito y migración que subyace en
nuestra vida…
Sonrió asimismo el anciano campesino, quién observaba en silencio cada
detalle, pues bien sabía que todo aquello era nuevamente el episodio del largo
ir y venir del ciclo en que se encuentra inmersa cada criatura.De esta forma
caminó por el sendero, cargando las herramientas de trabajo mientras se
abrigaba, pues corría un fuerte viento y las nubes comenzaban a descargar la primera lluvia del año.