La calle en llamas o un bus ardiendo aparecen en una pantalla. El lugar podría ser cualquiera de aquellos condenados a vivir en constante conflicto, sin embargo ocurre en Chile.
Hasta hace muy poco, la violencia era una manifestación circunscrita a momentos y situaciones concretas. Hoy en cambio es algo cotidiano. Un momento que se ha unido a esas costumbres tan propias como desayunar, caminar, subir a un bus o ir al mall.
¿Qué sucedió? o mas bien, ¡Que nos sucedió?. Hablo en plural, porque al igual que un virus, la violencia se ha propagado en diversos ámbitos. En calles, carreteras u hogares.. Parejas que asesinan, vecinos que riñen y disparan, hinchas que agreden a sus otrora ídolos, son solo algunos ejemplos. El sicariato que asesina a sueldo, los matones que confrontan a los débiles o los terroristas que descarrilan un tren, son solamente diversas caras del prisma.
El origen nos habla de la ruptura de un pacto. Un pacto tan débil como moribundo, que se mostró incapaz de unir y hoy más bien nos separa y antagoniza.
La experiencia nos habla que la violencia surge allí donde la ley es débil o donde la autoridad es inexistente. Entonces, la pulsión primitiva de dominio, destrucción e imperio hacia los otros se impone de manera brutal, sin misericordia ni respeto. De allí entonces lo que viene es una suerte de ley de la selva, donde el más fuerte simplemente ordena, so pena del castigo. Una suerte de anomia degradante, es la que estamos observando, acompañada de una mirada algo ingenua respecto a la expresión de violencia.
El vacío del discurso pareciese haber sucumbido ante la sensualidad del poder violento. Las llamaradas de un local ardiendo o un camión consumido por el fuego, pareciesen contener un adictivo aroma para quiénes buscan respuestas.
De tal forma, lo que podemos asumir es simplemente la evolución en clave de violencia y destrucción donde los actores se irán sumando cada día más. Una suerte de bacanal y fiesta donde los participantes buscarán honrar a sus diversas causas con el martillo de la destrucción.
Mientras tanto, los días se consumen más allá de la literalidad, en una condición de metáfora que articula lo simbólico que ello implica. En este sentido, la teatralidad de los actos y discursos, primero fueron ideas, y luego como conjuros activaron a la criatura que hoy deambula por pasajes, calles y avenidas en busca de su alimento.