Muchos vienen instalando esta idea desde hace un tiempo, y los últimos datos sólo confirman que las cosas no mejoran.
La simple lógica nos indica que en un clima de
sospecha, las relaciones se fracturan, la confianza en los demás disminuye, la
credibilidad de las instituciones decae y finalmente; una condición de anarquía
se instala sin más.
El estado actual, no ha sido gratuito, y si
bien es un complemento de variables vinculadas al desarrollo, expansión de las
urbes y conflictos latentes. Existen factores que acrecientan dicha situación.
Un aspecto que ha incidido en potenciar la desconfianza en el otro, ha venido
de la mano de la delincuencia (hurto, robos, asesinatos, atentados, corrupción)
que se ha instalado con prácticas altamente invasivas, violentas y mediáticas.
Por otro lado, tampoco podemos omitir la
distancia que como ciudadanos hemos tenido en el ejercicio del respeto por ese
otro, que se expresa en; manifestaciones de discriminación, matonaje y otras
prácticas abusivas que dañan la dignidad de las personas , acrecentando el clima de
desconfianza.
No obstante, la gravedad de lo anterior sería aún
una dimensión acotada a los individuos, es decir, una instancia posible de intervenir mediante una
adecuada política pública. Sin embargo, el proceso se ha expandido a las
instituciones y directamente al corazón de las autoridades. – He allí quizás,
la alarma que comienza a inquietar a muchos-
En efecto, amén de actos de corrupción
transversal, falencias en la gestión y un distanciamiento paulatino con la
opinión de la ciudadanía, la pérdida de credibilidad institucional (pública y
privada) es hoy un hecho consolidado. Si a lo anterior sumamos que nuestra
autoridades se han sumergido en una vorágine de reyertas cortoplacistas, las
cosas empeoran. Por si lo anterior no fuese suficiente, tenemos además el afán
refundacional y el tono excluyente presente en el discurso (sin lugar a
acuerdos) que tienden esencialmente a negar los méritos de todo aquél que no pertenezca al espacio de confianza particular. Lo anterior, claramente es un hecho que atenta en la
construcción de un proyecto compartido, cuestión esencial del trabajo y
continuidad de un estado.
En síntesis, vivimos una crisis de diálogo,
acercamiento y aceptación del otro (como una contraparte legítima), situación
que sumada a conductas bajo la mínima ética, han potenciado el actual momento
de sospecha creciente.
Al respecto, es preciso manifestar que todo
esto no tiene aún una propuesta efectiva de mejora.
El tiempo avanza y asumimos que el cambio no
puede sino ser la expresión de una agenda impulsada con un efectivo liderazgo
por la autoridad (una paradoja que deberá ser sorteada con humildad) y en donde
la ciudadanía debe contribuir como parte activa en ser parte de la solución y
no del problema…
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