miércoles, 3 de septiembre de 2008
La Visita
Visito el hogar de una anciana de 95 años, quién reside junto a su hija de 69 años. Su origen se remonta a la isla de Chiloé, específicamente a la localidad de Achao.
Requiere ser evaluada de acuerdo para definir su calidad de vida, factores de riesgos psicosociales y complementar la mirada médica.
Al golpear la puerta, el recibimiento es grato, como un sello de la amabilidad típica de los sureños de nuestro país, charlamos de su situación y de la vida en forma amplia. Me señala que se vino a Santiago los 18 años en busca de mejores perspectivas laborales, que salió a trabajar a los 12 años acompañando a sus padres en labores de recolección de los frutos regados en forma generosa por la tierra y el mar.
Me señala con énfasis que aún no se adapta a los médicos y su medicina- Ella sabe de hierbas- me señala su hija y no tiene tanta fe de esas cosas. Hasta hoy prepara friegas, sumos y remedios caseros. Ella asiente, me observa desde su silla, se ve aparentemente sin problemas. A ratos la pongo a prueba y realizo algunas consultas de su infancia, ella me relata las vivencias de su tierra, del mar, las papas que plantaban en su casa, las yuntas de bueyes, gallinas, patos y gansos. Su cara se ilumina recordando el día en que su padre elaboró un canasto para que recolectara papas y frutas silvestres.
“-Allá no se compraba nada-”, indica y luego se anima a proseguir sus anécdotas, el viaje a santiago, su casamiento y el nacimiento de sus hijos, seis en total, su viudez y el fallecimiento de dos de sus hijos, de sus mellizas quienes salieron viajeras y hoy una reside en Buenos Aires y la otra en Sydney. A ratos se detiene, suspira y continua, me señala sus nietos, bisnietos y tataranietos repartidos por el mundo, de su nieto australiano que habla de sus raíces mapuches. Se muestra feliz, ella es libre su mente vuela y su hija sólo asiente y manifiesta que su madre está sin mayores problemas.
El hogar es sencillo sin embargo bien cuidado y aseado, mantienen cuatro perros pequeños como mascotas en el patio. El universo de esas dos mujeres trasciende la pequeña dimensión del living donde las entrevisto y se remonta a otros tiempos, con aromas, costumbres y paisajes extraviados en el caminar de nuestra generación y de las prioridades actuales.
Me interrogo y pienso que puede ofrecer nuestra sociedad a una mujer de 95 años, autovalente y que puede platicar sin mayores dificultades de su historia, de sus hijos idos y de nietos radicados en ultramar. Es evidente que son dos A. mayores que viven solas, sin más red familiar que un hijo también mayor, más su alma y riquezas son inmensamente superiores a aquellos cientos de personas insertas en un Hogar para Ancianos olvidados.
Ella pertenece a una estirpe en vías de extinción, su capacidad de soportar y trascender no es tan sólo fruto de la tecnología ni la ciencia, sino de un vivir, de una saber vivir olvidado y perdido en los rincones de nuestro país.
Me despido y luego de un afectuoso abrazo, camino en dirección a mi destino, con una idea más clara, respecto a la vejez y la dignidad
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