Siempre tras el camino, ya sea en tempestad, viento, lluvia o días soleados, con más o menos compañía. Pues, finalmente; ¿que más da?, cuando apuestas realmente a encontrar el sendero prometido, si buscas tu camino con afán...
La noche cae, el descampado se hace sentir, aullidos de bestias y el silbido del viento junto a la inevitable sensación de soledad sin soledad.
¿Cuántos días más seguirá esta expedición?, acaso como Aguirre, en su viaje de perdición y agonía o tal vez como el mismísimo Cortés. Descubridores, pero descubridores ¿de qué?, si finalmente llegaron a una tierra habitada por “otros”, que antes habían sido igualmente conquistadores.
La noche avanza y entre sucesivos intervalos de sueño y vigilia, mi conciencia se trastoca, siento que las voces perdidas, aquellas extraviadas por los que durmieron sin despertar se acercan en un canto de frenesí de mensajería. ¿Qué desearán comunicar?; acaso una bienaventuranza o simplemente un llamado al silencio.
Nada que recordar, nada que buscar en la conciencia, sólo el tránsito, la transición de ciclos, de cambios para no detenerse, la transitoriedad del misterio oriental, del hombre que dejó su riqueza para avanzar hacia el camino, en el Tao o la iluminación. Camino en mil vidas, prosigo mi curso, soy el que camina en senderos de soledad, de rato en rato los ruidos de poblados me atraen, comparto, discurro, participo y me integro, sin embargo en el fin de la jornada vuelvo a iniciar mi viaje.
Duermo, a ratos despierto, estoy ante el árbol en mi meditación, en otras me extravió en el bosque tras la bestia y en momentos me encuentro en un desierto de multitudes. ¿Quién entiende aquello?, desierto de masas, multitudes, seres ajenos que desfilan sin cesar ante mí.
La montaña está solitaria, apacible, realmente hermosa, su majestuosidad es solemne, altiva, sin titubeos, aquí la vida va siempre en juego sino anda a ver esos pobres congelados o esos otros desbarrancados en aquél risco. -Son las voces- ellas advierten y evidencian que la montaña no es hogar para dubitativos o débiles, más allá un par de cóndores vuela indiferente a mi cuestionamiento y pláticas con el viento.
El sol se pierde, la noche llega y los sonidos se mezclan en un concierto extraño, mientras el curso prosigue indescifrable para el profano que hurga en medio de cálculos y artilugios en una torre alejada.
El sueño continua, se envuelve, atrapa e invita a dejarse ir, sin más espacio de razón, me dejo conducir y la noche se vuelve amable hogar para el descanso. Es la conciliación, es descanso bien merecido luego de la ida y regreso por las conciencias en potencia que se trasladan sin cesar en medio de la oportunidad de expresión en los sueños. Como escenarios de exhibición o presentación de nuevas obras, las que se elaboran más allá de cualquier prioridad en el mundo de la otredad, de esa sensación que se actualiza y nos recuerda siempre desde la sorpresa o la perplejidad que no somos los controladores del mundo, ni siquiera en los mismos sueños que ofrendamos en cada estación de descanso.
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