La chayo gustaba de sentarse siempre a media tarde en la vieja silla de paja del corredor que daba a la calle para luego encender un cigarrillo y lanzar bocanadas que dibujaban figuras sinuosas en el aire. Sus gustos no eran muy sofisticados, sin embargo en el fumar se iba su vida, casi como una devoción. Siempre fumaba de la misma marca y cuando llevaba a cabo la transacción, sonreía con sus dientes amarillentos y doblados de una manera especial ante el almacenero.
Aparte de fumar, -nuestra Chayo-, como nos referíamos a ella, también gustaba de contar historias, esta era sin lugar a dudas su segunda pasión. De esta forma, cada tarde disponía su humanidad en la posición que hemos señalado, mientras esperaba con paciencia monacal que uno a uno se fueran sumando los niños del pueblo en una gran ronda para solicitar que les narrara alguna historia de esas que sólo ella conocía.
Era un ritual imperdible sobre todo en el verano y mucho más que una simple aventura era lo que se iba conformando en cada relato, pues no eran pocos a quienes sus padres debían ir a buscar por lo embelesados que quedaban o por el temor ante algún fantasma…
La Chayo parecía una mujer de edad indeterminada aunque algunos aseguraban que se acercaba a los sesenta nada aseguraba tal hecho. Sus manos se delineaban con suavidad aunque en la superficie se podían ver claramente los surcos que anunciaban el avance hacia la vejez. Cuerpo delgado, estatura mediana y de sonoras carcajadas era difícil de no reconocer a varios metros de distancia. Lo mismo sus ojos que iluminaban con una luz de especial enigma, algunos decían que era clarividente, otros incluso pensaban en ella como un a bruja. Sin embargo todas aquellas habladurías quedaban en nada cuando iniciaba sus historias.
Durante el proceso, se detenía con calma ante la expectación de quienes la observábamos, bebía de a sorbos cortos el mate que la acompañaba en sus faenas y luego proseguía. Todo ello, mientras mordisqueaba por el borde el cigarrillo que esperaba su momento.
De tanto en tanto el grupo se alborotaba por el vuelo de un ave, los ladridos de un perro o los molestos maullidos del gato de su propiedad de nuestra relatora y que en más de un a ocasión nos dejó helados al presentarse de un salto ante nosotros…..
Luego de un largo suspiro, la vieja Chayo, -nuestra Chayo- proseguía la historia con mirada solemne y de esa manera, el día transitaba hacia un mundo de imaginación que nos trasladaba literalmente fuera del tiempo…..
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