Caminaba en medio de un gentío que sin ser desbordante generaba una sensación de cohesión masiva, una multitud que aumentaba pausadamente, como una larga apuesta en el tiempo.
Cada paso era un desafío, una suerte de procesión que sometía a rigores mayores de los esperados dada las intrincadas vías por donde transitábamos. El ambiente propiciaba un embotamiento que dificultaba el tránsito de aquella masa multiforme que marchaba por diversos motivos y que asemejaba una procesión extraviada y perdida en el tiempo…
En medio de aquél escenario que simulaba una danza de conversiones de la cual era partícipe de manera forzada, una mujer que avanzaba delante de mí, emitió una voz de suave melodía que resultó ser un saludo hacia mi persona, señalando además mi nombre. Lo anterior, debo confesar ocurrió sin que esta persona moviera en ningún momento su cabeza ni tampoco realizara ademán alguno de consulta sobre mi presencia.
Fue apenas un instante, sin embargo con sorpresa y asombro lograba sacarme de la somnolencia en que caminaba sin más argumentos que una frase desde un saludo antiquísimo, una suerte de enigma desconocido en medio del vacío de aquellas personas encaminadas hacia destinos diversos.
Era un hecho a todas luces extraño, anómalo, lo que otorgaba una sensación de especial señal a lo sucedido y que de paso marcaba un significativo realce en medio de aquél entorno.
Intenté alcanzarla, sin embargo mi paso era dificultado por la multitud que demostraba igual interés por lograr su propio objetivo. Al aproximarme un poco más, pude constatar que era una joven mujer, su imagen proyectaba la idea de alguna sacerdotisa iniciada en algún rito, me fijé en su atavío, pues me recordaba especialmente a las peregrinas de oriente, destacando en ella; su andar calmo, sin sobresaltos ni desvíos y con la determinación de quién marcha con un rumbo prefijado desde hace mucho tiempo.
Sus pasos parecían flotar en medio de la tierra y su sola presencia delineaba una proyección que tornaba más intensa la luz del mediodía.
Luego de variadas escaramuzas en medio de un camino poco amigable logré darle alcance. Entonces, la mujer se giró hacia mi persona, me observó atentamente para posteriormente solamente sonreír, sin decir nada más prosiguió su rumbo detrás de la senda señalada.
Intenté alcanzarla por segunda vez y en esta ocasión las personas lo impidieron, así su figura se fue desvaneciendo poco a poco en medio de una temperatura cada vez más alta.
Dicho episodio no ha dejado de sorprenderme, pues:- la peregrina- como he decidido llamarle, evoca cualidades de una dimensión difícil de identificar en el mundo actual: observadora, sutil, con capacidad reconocer y asimismo tender la mano al forastero lejano, compasiva y misericordiosa. Todo ello, en una expresión de encuentro y revelación que rompe lo esperado para llegar sin más a la fuente que a ratos se nos presenta sin adornos ni envoltorios, en la imagen del anima vital en cualidad de peregrina y santa para nuestras vidas….
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