miércoles, 9 de mayo de 2012

El Jardín Dorado

Rosario corría en el gran potrero donde acostumbraba ir a buscar pasto a sus gallinas. Allí su cuerpo danzaba a sus anchas en medio de una verdadera selva mientras lanzaba flores silvestres al aire, jugaba a capturarlas y luego dejarse caer al suelo para aterrizar literalmente envuelta de hojas…

Despreocupada, la responsabilidad de volver pronto como le había señalado su madre no era una prioridad en ese momento. El juego con  las flores la alejaba de ese mundo y animadamente recreaba una verdadera armonía con su entorno, incluso con el viejo canasto donde cargaba su preciada recolección  de trébol y alfalfa…

Por un momento sintió un llamado con su nombre, no prestó importancia y sólo fijó su atención cuando dicho mensaje se reiteró por una segunda y tercera vez…

Pensó en ese momento que quizás era el exceso de temperatura la que provocaba oír algo similar a un saludo, cuando de pronto, miró y se percató que era observada por un extraño personaje, una imagen  que emergía, una suerte de figura corpórea que le saludaba e incluso invitaba a participar en un diálogo en medio de aquél  jardín cubierto de plantas, árboles y una inmensa capa de vegetales que su madre llamaba simplemente maleza. No obstante para ella ese era un bosque, una campiña encantada donde surgían juegos con amigos y amigas, cantos de aves e incluso personajes como ese que ahora estaba enfrente de ella.

No lograba salir de la perplejidad y distinguir el mensaje, más su mirada le hacía pensar en hechos asombrosos, de pronto la figura se asentó ante ella y dijo: -Soy tu amigo invisible-

Rosario no supo que reacción entregar, aunque íntimamente pensaba en huir, sin embargo se abrió paso en medio de hierbas y arbustos para adentrarse a ese espacio que le llamaba.

-¡Hola Rosario!-, le saludo animadamente el personaje, ella algo atónita respondió con un tímido: hola.

El se presentó como  un habitante del bosque profundo y que al observarla ensimismada en su soledad por muchos días en silencio, había decidido acompañarla en ese sitio.

La niña al comienzo sólo observaba luego preguntaba y a medida que avanzaba el tiempo se iba entregando cada vez con mayor entusiasmo a esa conversación que resultaba del todo asombrosa.

Hablaron de todo; del tiempo, juegos, la historia, fantasmas, temores y alegrías e incluso de sueños respecto a ese porvenir que se iba construyendo día a día. Un ave vino a perturbar la conversación y en ese mismo instante el personaje se despidió con el compromiso de volver al otro día en ese claro que se dibujaba en el antiguo patio de la casa quinta,  en donde se había abierto esa  suerte de portal encantado  …

Rosario, no perdió la mirada mientras su amigo iba desvaneciéndose en medio de la alta foresta que adornaba aquél espacio y sintió desde ese momento, que la soledad ya no era su compañera.





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