Fue una suerte de deja vu, una pesadilla de aquellas que vuelven de tiempo en tiempo y que lamentablemente forman parte de nuestra realidad. Me refiero al colapso general que vivió el sistema de transporte del metro el día viernes 14 de noviembre del año en curso.
Los síntomas venían desde hace bastante tiempo; ya sea por detenciones y demoras en ciertas líneas, descarrilamientos de carros, y a no olvidar los avisos entregados por los propios trabajadores, quienes ya habían advertido sobre un relajamiento en el sistema de mantención técnica.
El caso es que el día viernes, revivieron los fantasmas (que sólo estaban dormidos) que dicen relación a la manifiesta precariedad de la "alternativa" de transporte en superficie, denominada creativamente por sus gestores: "Transantiago"...
No es necesario ser un experto, para percatarse que dicho sistema es un fracaso y que sólo goza de cierto reconocimiento debido que recibe el subsidio en traslados del deteriorado metro, que a estas alturas, sigue con una sobrecarga que se hizo patente el pasado Viernes.
Si consideramos la magnitud de estos sucesos, constataremos que la existencia de una necesaria
política de transporte, moderna y eficiente, ha estado más bien ausente en
nuestro país, y lo que hemos constatado es un intento voluntarista, cuyo fruto
se encuentra a la vista desde el año 2007 (año de inicio del primer gobierno de
nuestra actual mandataria). Esto es, el mencionado Transantiago, cuya inversión
del Estado Chileno, superaba según datos
públicos sobre los 10.000 millones de dólares en los últimos cinco años.
Usted justificaría tal cantidad de dinero de existir una efectiva
herramienta que sustente y plantee comodidad en el traslado de los ciudadanos,
sin embargo, cuando somos testigos de hechos como los sucedidos el viernes 14 o
este lunes 17 de noviembre, la pregunta que surge es : ¿Para qué tanto dinero, cuando antes las micros amarillas no costaban nada al Estado?
A estas alturas, resulta manifiesto
que un sistema precariamente efectivo (observación generosa) como el
Transantiago, ha sido a la postre una verdadera lápida para nuestro Metro. En
efecto, la sobredemanda y exigencia hasta el límite de tal medio, parece que ha sepultado cada día más el sano
anhelo de contar con un medio de excelencia para nuestro traslado.
Volvemos de nuevo a las interrogantes esenciales y sin respuesta hasta la fecha: ¿ Quienes ganaron con el Transantiago? o ¿Qué ganamos con el Transantiago?......
Volvemos de nuevo a las interrogantes esenciales y sin respuesta hasta la fecha: ¿ Quienes ganaron con el Transantiago? o ¿Qué ganamos con el Transantiago?......
Dado el escenario previo, se podría ir considerando como prioritario la necesaria búsqueda de
alternativas a lo ya existente ( ejemplo: complemento de tren de alta velocidad en
superficie, tranvías, sistema de andariveles, etc.), o sencillamente la reevaluación
del Transantiago, sin embargo lo que observamos en las noticias de estos días
es simplemente una renuncia del gerente de metro y el clásico ejercicio de
Pilatos y con ello, endosar la “responsabilidad al gobierno pasado”.
¿Sirve algo de esto verdaderamente a las personas que sufrieron el
colapso del metro? o ¿Ayuda esto a mejorar el Transantiago?. Usted, puede sacar
las conclusiones que estime pertinente. Lo único que podemos asumir, es que el
Metro se acerca a un abismo de oscuro destino y su sepulturero es decir el
Transantiago, no asoma ni por casualidad como alternativa real de traslado ante
cualquier crisis de este medio.
¿Qué propuesta sólida se ha entregado en los ocho meses del actual
gobierno relacionada con mejoras al transporte urbano?. La respuesta es nada,
sólo esbozos y balbuceos de obviedades que a esta altura nadie desea oir.
Así, la promesa de una
política pública en transporte, sigue
siendo eso, una simple y llana promesa, mera ilusión y ejercicio de
voluntarismo, que curiosamente se hermana con otra promesa (más actual) de
mejora de la educación pública. Ambas, hijas de especulaciones y afanes
redentores que terminan tropezando con nuestra porfiada y siempre atenta
realidad
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