Vino en medio del silencio, la visión de cinco puertas ancestrales. Por ellas transita nuestra humanidad, y nosotros mismos, bajo el ritmo de su misterio; Amor, Ira, Temor, Felicidad y Trascendencia.
Cada puerta, estaba representada en colores diversos, cada una de ellos, atractivo, sensual y sugerente, invitaba a traspasar el estado de perplejidad.
Cuatro puntos cardinales que guiaban hacia otras dimensiones, siendo el quinto nuestro centro, la mismidad, que habita más allá del tiempo, como herencia de cada generación, hasta remontar al principio, e incluso antes, en el sueño de fundación de la larga espera.
Cinco líneas que generan el pentagrama del inicio, dando forma a la estrella orientadora de los confines.
Cinco puertas circulares, que cambiaron a una suerte de ruedas que giraban en tornasoles.
Puerta y rueda, estabilidad y cambio, tránsito de permanente continuidad, allí estaban los portales y las ruedas. El Samsara de la vida, que va rodando en el desafío inherente de ser trascendido, la rueda de la vida, que nos sumerge y alza, en el inicio y muerte.
Cinco ruedas, cada una representa los niveles de cambio, desde el sueño del tiempo sin vida, hasta el tiempo vivido, más allá de la vida.
Una puerta te llama, debes decidir, en cada instante optas, a veces simplemente obedeces y arrastrado te dejas ir, en otras trasciendes y sigues tu camino.
En algún instante, puertas y ruedas, se detendrán, entonces atisbarás el satori, como Gautama en el Bodi. Mientras, tu desafío continua, día a día, jornada a jornada, en el permanente cambio, en nuestra transitoriedad.
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