jueves, 8 de julio de 2010

Exilio

Desalojado de aquél que fue su paraíso, debió necesariamente iniciar su peregrinación

en la vasta estepa que le rodeaba y que en el presente se mostraba adversa y amenazante.

Todo en ese ambiente le parecía agresión, cada elemento simbolizaba la amenaza primordial de aquello desconocido e inescrutable, como una selva provista de alimañas y seres dedicados a seguirlo, asediarlo y devorarlo, un circulo de clara definición entre la vida y muerte, así era aquella visión que se apoderaba de el.

Cada paso fue necesariamente acompañado del recuerdo, anhelo de ese pasado ido, fenecido y consumido que le había albergado en su regazo formándolo en las secretas artes de la camaradería, la exploración y el trabajo laborioso que sólo el (eso pensaba) podía llevar a cabo.

Más con el paso de los días no llegaron las invitaciones a reunirse con los suyos, al contrario sólo el eco de la soledad se tornó presente y constante en su mente. Los sueños vinieron a compensar las carencias, así desde entonces sueña con sus antiguas actividades de forma recurrente cumpliendo el ritual de volver a su mágica montaña desde donde había sido desterrado.

El inminente conflicto no tarde en manifestarse, la tensión entre el nuevo escenario y sus expectativas, la impotencia del fracaso, del regateo y la escasez lo llevaron a ocultarse, ensimismarse, reñir con sus cercanos y a sentir que pisaba una frágil superficie que en cualquier momento terminaría por ceder y caer en el abismo más abyecto, en las entrañas de ese infierno que no podía dejar de vivenciar constantemente, mientras a ratos intentaba evadir su realidad, aquella que lo tenía atado con las cadenas de la derrota no tan sólo externas sino internas, esas que uno mismo fortifica a cada instante con detalles, obsesiones y la simple negación que surte de peso al convencimiento de nuestra desgracia y devenir nefasto.

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