Una tormenta supone por un lado; una potencial amenaza y por otro; una necesaria anticipación o reacción.
En una tormenta, se despliega un velo, ya sea de nieve o polvo, y con ello la visión se aminora, puesto que la ventisca impide una adecuada perspectiva y maniobra, lo que demanda habilidad y decisión. Asimismo se requieren instrumentos que orienten nuestro norte; punto esencial de la marcha y objetivo de cualquier organización.
Por otro lado, la temperatura suele bajar precipitadamente y asimismo la posibilidad de sobrevivir. Por esto, requerimos además de lo señalado, ingenio e instinto de supervivencia.
En momentos como estos, la adecuada preparación se evidencia y diferencia a simples amateurs, de verdaderos profesionales.
En una tormenta, existe el concepto de urgencia, por ello no hay tiempo para tentativas vanas, la claridad necesita emerger como el manantial que brota espontáneamente, trayendo las decisiones requeridas. Para ello, se necesita de un claro liderazgo que organice y decida con velocidad, precisión y asertividad.
Además, en una emergencia se hace prioritario buscar un refugio adecuado, cubrir el área de riesgo, anclar nuestras carpas, impermeabilizar, preparar alimento, evaluar las condiciones del equipo, etc. En definitiva;
-No perder el control-
La analogía previa, busca interpelar a nuestro país, que por estos días evoca a una expedición enfrentando una tormenta en diversos frentes. Muchos de ellos, al parecer como parte de una muestra de actitudes temerarias, lo que agrava la condición de un equipo para hacer frente a una situación de riesgo.
De allí,que surjan algunas interrogantes :
¿Tenemos claro nuestro Norte?
¿Contamos con liderazgos pertinentes en esta travesía?
¿ Sabemos usar el instrumental ?
¿ Evaluamos los riesgos y costos ?
¿ Avanzamos colaborativamente en nuestra ruta?
En fin, es sabido que muy pocos poseen la capacidad de anticipar los hechos, tampoco asumen la responsabilidad de sus actos y la mayoría de las veces nuestra cultura nacional tiende a culpar a otros, para diluir la responsabilidad de quienes deben realmente asumir tales efectos. No debemos olvidar las experiencias de emergencias o tormentas reales ( 27 de febrero o Antuco) o el mismo Transantiago como debacle de una errada política de transporte.
Por esto, he tomado la precaución de anticiparme en este proceso de tormenta, pues no deseo que la experiencia vivida retorne en esta oportunidad como una manifestación de catástrofe social, léase: Tema educacional, Reforma Tributaria, Araucanía, Reconstrucción del Norte y Valparaíso entre tantos otros, como una porfiada constatación de que nada o muy poco aprendemos de nuestra historia.
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