En un momento de nuestra vida
El silencio surge como inquietud,
Sus aparejos son síntoma de anomalía,
Quizás de una amenaza latente
Luego, viene ese diálogo interno,
Que nos aparta del bullicio mundano
Entonces, sin previo aviso nos percatamos
Del florecimiento de una forma sutil de comunicar sin hablar.
De abrazar la inmensidad desde nuestra mirada.
Sin gritos ni estridencias
En ese instante, conocemos al silencio místico o sencillamente ancestral.
Aquel de anacoretas que abrazaron el desierto como expresión de ausencia total.
Con el cielo como testigo y unos aullidos lejanos, de tarde en tarde.
Allí donde el viento canta y la realidad se cruza en ilusión.
Ese silencio que puede consumir hasta el exterminio o liberar hacia la eternidad.
Justo en esa frontera que funde nuestro ser
El silencio, abre la puerta perdida.
Sin embargo, otros se aferran al ruido
A la multitud constante que libera voces
Ecos destellantes y metálicos.
De tal forma, aparece el ser urbano
Domesticado y ajeno al silencio de meditación.
Más bien desconfiado de todo lo que no emita sonidos..
De tal manera, cuando el silencio se presenta, es denostado y rechazado.
Así, nos volvemos mundanos, adictos y temerosos de llegar a nuestro hogar sin ruidos.
Casi como un castigo
Sin trascendencia ni paz
No reconociendo que una vez, todo fue al comienzo, simplemente silencio ..
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