lunes, 17 de enero de 2011
Mi estada en el Templo II
Una nueva campanada avisaba el término del Kinin, así en fila y siguiendo el orden dispuesto (según las agujas del reloj) debíamos transitar hacia nuestro lugar inicial. Me encontré nuevamente en mi puesto, allí me esperaba el zafu que albergaría un nuevo viaje hacia ese espacio dispuesto para la meditación activa y pasiva; el Zazen del aquí y ahora. En esta ocasión mi posición de semi loto fue dispuesta con la pierna distinta al ejercicio anterior, de esta manera es factible ejercitar ambas piernas sin desmedro de ninguna.
El proceso de autocontrol comenzó, de esta forma el breve lapso intermedio del caminar era pasado; unidad y diversidad, sin esperar más que el ahora, mi propio instante de actualización, procedí a demostrar mi intención de aprendiz ávido de nuevos caminos de enseñanza en este viaje de luces y sombras entremezcladas y dispuestas según la ilusión.
El bamboleo de la cortina no lograba distraerme, mi vista estaba enfocada en la profundidad superficial y lejos del movimiento algo caprichoso de la tela.
En un instante el guía habló, diciendo: ¿Hasta donde llegan nuestros deseos?, ¿Lo sabemos acaso?, es bueno recordar la historia de milán, el mercader que una tarde emprendió viaje rumbo a nuevas tierras y tesoros –señaló-: En medio del mar lo sorprendió una tormenta grandiosa, la que terminó por destruir la embarcación dejándolo en el más absoluto abandono. En medio de tal destrucción el viajero se aferró a un madero del barco y así permaneció por horas, flotando en las aguas sin destino aparente. De pronto, avizoró tierra, renovado por aquella visión se ayudó con los brazos para acercarse. Llegó a un lugar desconocido, caminó una jornada, dos y luego cayó rendido, al otro día mientras despertaba logró observar una ciudad reluciente, cuatro mujeres se le acercaron y lo invitaron a ir con ellas. La ciudad era de plata, brillaba de manera nunca vista, al entrar fue dirigido a un palacio, allí fue agasajado.
Vivió, cien, doscientos y trescientos años junto a sus esposas quienes le entregaban afecto, cuidados y asimismo sus encantos. Una noche milán decidió escapar de allí, sin que sus mujeres lo oyesen caminó sutilmente hasta abandonar la ciudadela y encaminarse a nuevos rumbos.
-Mientras oí el relato mi mente viajaba desprendida de otros deberes, el sentido de aquellas palabras era distinto a un momento de simple diversión, así en posición Zazen, mantuve mi postura de atención en la calma, mientras el relato proseguía.
Milan, luego de días-indicó el guía- por fin logró dar con una nueva ciudad, esta era distinta a la anterior, su color era dorado, de oro reluciente y destacaba en medio de aquél lugar con una belleza sin igual hasta ahora. En el horizonte aparecieron ocho mujeres, hermosas, seductoras y amables quienes se acercaron a nuestro viajero, lo tomaron de la mano y lo condujeron a la ciudad. Una vez allí lo condujeron a un palacio y nuevamente agasajaron a Milan. Este vició trescientos, cuatrocientos y quinientos años en alegría, disfrute y gran tranquilidad, no obstante una noche mientras sus mujeres dormían abandonó aquél lugar en busca de nuevas aventuras - Milan siempre se iba de noche y sin avisar a nadie- agregó el guía que narraba atento esta historia.
-En mi meditación ya había captado algo inquietante de este relato, la capacidad de conciencia y concentración me mantenían atento, invitándome a acompañar cada frase que llegaba a mis oídos en calma y tranquilidad, mientras mi cuerpo descansaba y la respiración conducía mi marcha-.
-El guía continuó su relato-: Milan caminó, noches y días sin parar hasta que por fin en medio de una montaña oculta encontró una ciudad maravillosa, destellante, luminosa cual estrella, en realidad miles de estrellas, pues esta construcción era de diamantes y su resplandor proyectaba una imagen cautivadora. En el horizonte, aparecieron dieciséis mujeres de una belleza incomparable, tomaron a milan amablemente y lo llevaron consigo en medio de risas, algarabía y afecto. En la ciudad fue conducido a una construcción de tamaño fenomenal en donde fue recibido y atendido como un verdadero Rey.
Milan se entregó por completo y vivió quinientos, seiscientos, setecientos años en el más completo relajo y felicidad, sin embargo una noche abandonó nuevamente a sus mujeres marchándose de la ciudad de diamantes. Emprendió su caminó y fueron días, semanas las que deambuló, la noche el frío y las tormentas parecían multiplicarse en esta ocasión. De pronto un día se encontró frente a una ciudad, era distinta, no brillaba, ni resplandecía sino más bien parecía absorber la luz, Milan se acercó, no habían mujeres que lo recibieran en esta ocasión. El portón ofrecía cierta resistencia y luego de una gran fuerza logró su objetivo y entró, parecía desierta. En un instante pudo ver a un sujeto con una gran rueda de acero que le rodeaba su cuello y que era azotado por demonios mientras estos reían sin detenerse, el tipo se lamentaba y lanzaba unos alaridos estruendosos, sin embargo al ver a milan sonrió;
¡Eres tu! - exclamó-. Acto seguido uno de los demonios procedió a sacar la rueda y la instaló en el cuello de Milan, quién gritó y se retorció de manera brutal, pues esta se encontraba incandescente, tanto así que su cabeza se derritió bajo los gritos del infortunado. ¿Porqué?- dijo Milan?- Este es tu castigo, pues al marcharte en busca de aventuras pateaste la cabeza de tu madre aturdiéndola dijo un demonio, ese que estaba antes que tu fue nuestro huésped durante mil quinientos años, ese tiempo y un poco más deberás esperar tu también hasta que otro igual que tú desdeñe las ciudades de plata, oro y diamantes.
Milan comprendió en medio del dolor y supo que bien merecido tenía su castigo, atrás estaban las míticas ciudades que el había despreciado en su afán de nuevos placeres y ahora se encontraba en la ciudad de hierro, con su cabeza derritiéndose y volviendose a rehacer hasta que un nuevo viajero atravesará esas puertas….
El monje guía calló y luego dijo:- la reflexión es para ustedes-…………..
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