“Vagan por semanas, perdidos en la huella que no los llevará a casa, perdidos de la mano amiga, perdidos de la humanidad que los golpea sin misericordia, bajo la indiferencia hipócrita su amistad naufraga, cargando con su lastre y olvidando que su presencia es el fruto de la conducta humana”
… Son habituales tanto en ciudades como en lugares apartados, su presencia se constata al oír sus inconfundibles ladridos en medio de alborotadas jornadas de refriega, enamoramiento o riñas por algún bocado escaso.
Los observamos en extensas peregrinaciones o simplemente bajo la solitaria imagen de algún representante que deambula furtivo en medio de calles tras algún refugio que lo cobije de la noche que se instala. Sobreviven como uno más entre la innumerable masa humana y de automóviles que compiten por el escaso espacio que van dejando las pétreas construcciones, que agrupadas hurtan la naturaleza con que ellos alguna vez soñaron.
De tiempo en tiempo copan los espacios de noticias, las razones son variadas; manadas agresivas, algún portador de peste con riesgo en salud, matanzas indiscriminadas o simplemente el abandono flagrante en que se encuentran. Como sea, los perros de la calle o vagos, son parte de la geografía natural y presentan un problema de difícil manejo, que hasta ahora no tiene respuesta. ¿Qué hacer al respecto entonces?.
La idea no es detenerse solamente en el volumen de la población canina que deambula sin dueños ( de por sí exorbitante) o proclamar una suerte de embestida hacia los animales aludidos (matanzas rabiosas), sino retroceder un poco más en el proceso y determinar por ejemplo: ¿De donde provienen estos perros vagos?, ¿Cuál fue su origen?, O pensamos por casualidad que nacen de la generación espontánea.
Lo cierto es que tal situación nos conduce directamente a nuestro comportamiento como sociedad, es decir nos habla de quienes somos como individuos y refleja nuestra real esencia, que no pasa de ser una simple careta sin sustento, toda vez que se confirma la ausencia de responsabilidad en el cuidado de criaturas supeditadas a nuestro dominio.
Es sabida la expectación que causa un cachorro durante su primera etapa de vida en niños y adultos , más a los pocos meses cuando el animal crece el desconcierto que parece generar producto de sus transformación en un perro juvenil o adulto llevaría a que en muchos hogares literalmente se le sancionara con una expulsión a la calle, que termina por gatillar costumbres de libertad que derivan en la vagancia y sin ningún vínculo real entre el antiguo propietario y su mascota.
Por otra parte existe un número de casos crecientes que develan la existencia de verdaderos “vertederos” en donde los antiguos “amos” arrojan a sus otrora mascotas en medio de literalmente “la nada”. ¿Motivos?; difusos y variados, más ninguno justificable a la luz de la responsabilidad que asumieron en algún momento dichas personas.
Todo ello, habla de una población sumida en un comportamiento infantil, limítrofe, estancada en la simple formalidad, que actúa impulsada por el estímulo de contar con algo y luego desecharlo, egoísmo primitivo, básico que traslada al animal a una suerte de producto inerte y disponible al simple antojo de mis intereses.
Considerando que la iniciativa humana se ha tornado nula e inútil, sólo queda regular, normar y sancionar. Así escucharemos los quejidos de los niños-adultos que reclamarán sus derechos, derechos que nunca compadecieron ante sus deberes, pues ellos son niños y como niños sólo reclaman ante la ausencia del seno materno que los alimenta en la fase oral de dependencia en espera de la anhelada autonomía, que aún aguarda para ellos......
Por ello van a continuación algunas sugerencias al respecto:
1) Todo vendedor de mascotas debiese poseer un registro.
2) La compra debiese detallar datos relevantes del interesado y asimismo un registro que detalle una inscripción del animal.
3) Las mascotas debiesen estar esterilizadas (la reproducción requeriría de una normativa aún más estricta y vigilada).
4) Sanciones monetarias ante el abandono.
5) La opción de eutanasia en caso de enfermedad severa o riesgo manifiesto.
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