Camino por uno de esos senderos que en apariencia no llevan a ninguna parte; cerros, lomas, tierras empolvadas y trazos que destellan un verdor de tanto en tanto y que esconden más de alguna sorpresa…
A lo lejos se divisa un caserío, en donde vive Doña María, una anciana de apariencia centenaria, quién junto a su familia habita en dicha localidad desde inicios del siglo pasado. Crianceros de ganado caprino, han desarrollado una verdadera cultura de subsistencia en torno a lo que aquel paraje les puede entregar. Me imagino por algunos momentos cada detalle de diferencia con la ciudad extendida y saturada de cemento, ruido y servicios, me imagino por un instante, el simple ejercicio de caminar por kilómetros sin encontrar semáforos ni indicios de eso que llamamos “civilización”…..
La mujer viste de forma sencilla, cubre su espalda con una suerte de poncho tejido por ella y con lana prodigada de unas cuantas ovejas que pastan bajo un árbol algo excéntrico para ese entorno. Sus manos arrugadas pareciesen ser signo de un tiempo fragmentado, sus pliegues una suerte de mapa en donde cada fisura corresponde a vivencias almacenadas con un designio desconocido. Sonríe y deja ver una dentadura escasa aunque no por ello sin encanto, es la constatación de un ciclo, el tiempo que se manifiesta sin mediación de artificios que disfracen nuestro avance en el viaje de la vida.
Me cuenta de sus experiencias como partera, tarea nada extraña para un lugar alejado, el uso de medicina natural, de “remedios” y de lo exitoso que fueron los partos que tuvo que asistir. –Uno en realidad no hace nada- me señala, mientras sorbe un mate con un calor endemoniado a eso de las cuatro de la tarde..
Luego dirije su conversación respecto de su quesería, de sus tejidos y de la forma en que se gana su vida, de modernidad poco o nada, sólo una radio a pilas que se empeña en escuchar para conocer “informaciones y noticias”. De televisión dice que no le interesa y que cómo no tiene electricidad no va gastará en baterías para mantener el viejo televisor de su hija encendido….
Los animales se pasean como verdaderas mascotas, ella las llama por nombres y sorprendentemente estas responden a su palabra. En su mayoría son crías que han enfermado y que ella se esmera en recuperar para su rebaño.
Me invita a beber un mate, acepto complacido y desde las brasas del fogón levanta una tetera ennegrecida para verter agua en mi recipiente. Así mientras dialogamos (más bien ella habla y yo la observo) compartimos una tortilla de rescoldo junto a un trozo de queso, miro a mi alrededor y me siento afortunado, María lo intuye y mientras me observa sonríe con su dentadura incompleta aunque no sin dignidad. Así lo entiendo, así se escucha su voz, sus asentimientos, sus sentencias y palabras, pues no son menos claras y firmes que su postura. Sabe perfectamente que desde donde vengo todo esto no existe, por tanto la sola intención de buscar superioridad no tiene espacio en nuestro encuentro. Del mismo modo lo entiendo y mientras escucho un nuevo relato respecto del zorro que ha comido algunos cabritos, me muestra a lo lejos la majada que baja desde los cerros, así esperará que llegue su rebaño, las contará y luego del encierro preparará una nueva jornada, para ella los dictámenes son el tiempo, las estaciones con sequías y lluvias, su ganado, la aguada y las pasturas. Del mundo exterior , ese sonoro y con su modernidad, muy poco, casi nada muy a nuestro pesar…….
Vuelve a sonreír, me indica que la tarde va a caer y que debemos abrigarnos, avanzamos a su casa y a lo lejos se atisba un sol que va rumbo oeste mientras que la luna asciende en el firmamento y pienso que realmente parece un queso, un queso de la María, allá en el cielo celeste……..
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