Huérfanos, abandonados a nuestra suerte, perdidos en un mundo que no sentimos propio, casi como
trasplantados, ajenos, lejanos y distantes. Esta sensación que relato, no es
banal, -para nada- . Es más bien una percepción creciente que observo en el
comportamiento de los latinoamericanos. La raza cultural de la que soy parte,
aunque no necesariamente sea partícipe de las aventuras que allí se han
fundado, o al menos no todas….
Efectivamente, existe un ADN que une el sentir del pueblo tributario del
imperio español con una conducta compulsiva hacia la autodestrucción, que va
marcando a intervalos determinados su huella; esa búsqueda frenética por alcanzar el paraíso en
la tierra. Como una verdadera predestinación, obsesión que no reconoce
atisbo de pragmatismo, ni un mínimo darse cuenta, que nos llevaría a entender
que estamos lanzados en el mundo, para realizar un viaje que no es el de milenaristas o redentoristas que acompañaron a los soldados españoles, sino el
de hombres con virtudes y miserias, con justicia en lo posible y
capacidad de superación con responsabilidad. No obstante, algo parece nublar la vista y correr
por la capa subterránea y de allí al exterior, hasta llegar a
los individuos que habitan nuestra tierra, para mantener la tensión en forma
constante a través de nuestra joven historia.
Unos más que otros, unos antes y otros después, cada cual parece seguir su
ritmo particular hacia la búsqueda de senderos de mágico triunfo. Ciudadelas de
oro, fuentes de la eterna juventud, riquezas, excesos, hastío y sobretodo una colección de personajes míticos que nos llevarían a la
ciudad celestial, conforman el signo gravitante de los últimos cien años. No
estamos hablando por cierto de indígenas o nativos ajenos a un sentido de
progreso. No, estamos ni más ni menos ante sujetos tributarios de las doctrinas
emanadas desde las aulas universitarias, supuesta fuente de conocimiento y educación
hacia la sociedad anhelada.
Sin embargo, no pasan más de dos años, sin que en nuestro espacio vital no seamos
testigos de embestidas de violencia desde dicha supuesta matriz del saber. Una
violencia visceral, que lleva a rayar, quemar, destruir y destrozar todo lo que
se encuentre a su paso. ¿Qué tipo de ciencia o razón habita en dichos espacios?
De esta manera,América Latina vive jalonada permanentemente en un dilema existencial;
avanzar con una mirada de realismo y por ende, de adultez hacia el devenir versus la eterna
adolescencia; el Puer Aeternus, que
no desea asumir compromisos, ni mucho menos la responsabilidad de enfrentar
cara a cara la tensión del sacrificio que conlleva la razón.
Esta manifestación no deja de ser consistente en cada capítulo de los países
que conforman nuestra comunidad. Tensión permanente entre el paso gradual de
reforma y cambio delineado frente a esa desesperación de llevar a cabo el reino
de los cielos en un designio mesiánico que involucra tirar todo literalmente
por la borda, en una actitud fundacional y autodestructiva.
Aborrecimiento al trabajo dedicado, al esfuerzo, orden y justa
remuneración conforme a las cualidades de cada sujeto, se confrontan con una
oferta redistributiva, igualitarista, abundante en caudillos y con diseños
globales que asfixian la iniciativa y el emprendimiento.
Estados omnipotentes dirigidos por priores iluminados, que encarnan un rol secular de reemplazo frente al antiguo poder de la iglesia católica, viene a revelar que los latinoamericanos oscilamos en polos extremos aunque igualmente similares; no asumir nuestro rol de adultos. Dejando siempre al otro que asuma por nosotros o asimismo, culpando siempre al otro de nuestros errores.
Estados omnipotentes dirigidos por priores iluminados, que encarnan un rol secular de reemplazo frente al antiguo poder de la iglesia católica, viene a revelar que los latinoamericanos oscilamos en polos extremos aunque igualmente similares; no asumir nuestro rol de adultos. Dejando siempre al otro que asuma por nosotros o asimismo, culpando siempre al otro de nuestros errores.
Por otro lado, la negación de la gradualidad y asimismo la fascinación por
la inmediatez en un sentido de búsqueda voluntariosa de alcanzar la utopía anhelada, rompe con cualquier ejercicio de sentido, encuentro y consenso. Por ello, no es extraño ver
consumar la intransigencia con tanta facilidad en nuestra tierra.
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