Inicio un viaje hacia el extremo sur, una aventura de encuentro con el mundo de Magallanes, donde navegantes osados y exploradores labraron un destino en nuestro territorio, cuando este aún transitaba por el mundo de Yamanas, Selknam, Kawescar y Tehuelches.
Mi partida es una remembranza por parajes indómitos, es la víspera ritual de quién se adentra en la historia profunda de caminos delineados por otros, -antes, mucho antes de que la memoria recuperara el destello de conciencia respecto al destino prometido-. Tiempo meramente artificial, ilusión de convenciones que permitía descubrir al simple neófito, ese espacio mágico que cruza hacia el continente de los hielos.
Punta Arenas es nuestra anfitriona, allí camino tras la búsqueda que atrajo a tantos y aún mantiene el imán hacia un devenir indeterminado. Me acompaña la imagen de ella, cuerpo presente de sonrisa que llevo en el corazón, así como la promesa realizada de encaminarme hacia el misterio de la vida austral lanzada hace ya tantos años cuando aún era un niño.
La costanera maravilla con ese mar que es inicio y salida por la vía del estrecho donde tantos buscaron la transición entre los dos océanos y donde por mucho tiempo los habitantes primigenios navegaron sin más guía que el recuerdo de sus estrellas y dioses tutelares.
El viento campea, es amo y señor ante un frío que se asoma, más no logra inhibir a los caminantes que transitamos por veredas y calles labradas de nombres con una historia significativa para este extremo de nuestra tierra.
-Es extraño-, pues esta tierra representa una suerte de encuentro amplio que traza una línea imaginaria tras la búsqueda del camino prometido, en las mismas condiciones que cuando en mi niñez conocí de los rituales del Hain, llevados a cabo en medio de una estepa amplia, que era el templo diseñado para el designio trazado por los chamanes correspondientes. Huelo nuevamente esos aromas de tiempos remotos resguardados en el hielo, como una suerte de conservación predispuesta para el visitante. El tránsito ahora es hacia las afueras de esta ciudad, más allá de las convenciones establecidas en los límites, hacia un espacio devenido en santuario de todo aquello que ahora es recuerdo.
Una cadena montañosa avanza por medio de la tierra consagrada como una gran serpiente que destella sus escamas hacia el cielo: Torres del Paine. Estas configuran un macizo reluciente junto a otras estructuras otorgadas por este templo natural donde recorro senderos perdidos, deambulo en el silencio de la cordillera y desde una peña avisto al cóndor en su vuelo de vigía milenario, una manada de guanacos que pasta calmadamente, la pasividad de ñandúes o al astuto carancho rodar potenciales presas.
Todo ello sorprende, de cierta forma abruma y reduce al espectador a un rol secundario ante la majestuosidad que nos rodea. Sin embargo el camino ha reservado algo distinto, pues un poco más arriba de la ruta aparece un Huemul que camina solemne sin mostrar apuro ni sorpresa alguna, su andar recuerda a quienes son amos y señores, cuyo despliegue es significativo más no altera su rumbo ni marcha. Pienso un instante que el viaje ha sido una suerte de concilio con diversos integrantes destinado a recordar y resguardar esa tierra mágica de la cual emergieron.
Mi marcha me lleva a la orilla del lago Grey, sus aguas se muestran agitadas y en su extensión se puede observar un enorme iceberg que navega a la deriva, desprendido seguramente de la lengua del glaciar que alimenta a esta fuente y espejo del cielo límpido que parece caer en cualquier momento sobre nosotros.
La tarde avanza y sobre las lomas cercanas se asoman nubes caprichosas que simulan las humaredas de patagones ancestrales que se encuentran avanzando desde tierras lejanas.
En ese mismo instante constato el desgarro de la tierra, las trazas de fuego voraz que han consumido una extensión significativa de aquel Santuario, su huella de destrucción se pierde tras colinas y valles. Un bosque de lengas carbonizadas mora como testimonio fantasmal y me deja perplejo ante semejante destrucción. Pregunto y nadie responde. -Ha sido el hombre- me refiere una voz, -no cualquier hombre – asevera, ha sido aquél que usa el fuego como exterminio, pues de otra manera la naturaleza lograría comunicar lo mismo que a ti, -me refuerza nuevamente la voz-….
Todo aquello resulta inquietante, más sin cuestionamientos asumí que la voz realmente emanó y que era portadora del mensaje de la multitud de bosques, bestias y seres diversos. Era la voz del espíritu de todo aquello, por esta razón no me incomodé, sino más bien sentí que representaba una expresión legítima del dolor y consternación ante semejante desastre.
Estas experiencias y muchas más se me presentaron como verdaderos dones de revelación en el viaje hacia el sur mágico, todo ello lo he querido testimoniar ahora que he sabido que la hermosa Punta Arenas ha sido inundada por un temporal. Asimismo no puedo evitar recordar esa voz que se desplegó en sueños señalándome: “Es el agua que clamaba el santuario mientras sus entrañas ardían y eran consumidas por el fuego vil del exterminador, es el llanto de un mundo olvidado ante la indiferencia de quienes debían ser guardianes del Templo”….
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