lunes, 21 de septiembre de 2020

Reflexiones



 Nuestra vida se asemeja a un viaje, un camino de avenidas diversas, que guardan secretos desconocidos. Un buen día nos encontramos en este mundo, con una idea borrosa de nuestro devenir,  anexados al seno materno, atados a un hogar y familia con un lazo intimo. Desconocemos bien quiénes nos rodean, sin embargo intuimos en olores y afectos su importancia.

Nuestra ruta se construye de emociones y esperanzas, también de ingenio y razones. De niños los días son eternos, como una oportunidad de aprender y conocer con amplitud. Luego se irán estrechando paulatinamente hasta parecernos ligeros, frágiles y escasos.

Nuestra ruta tendrá eventos diversos, conoceremos el desencanto de una derrota, el suave sabor del amor y también la inescrutable soledad ante una pérdida.

El camino se solidifica desde nuestra realidad, con más o menos facilidades.  No podemos esperar siempre una ruta definida, empedrada y lineal. Esa sería la facilidad y antítesis del viaje. Por el contrario, nuestra ruta será sobre caminos inhóspitos, borrados e inexistentes. 

De esta manera, nuestro tránsito confirmará, recordará y abrirá nuevas sendas. 

En este tránsito, además descubrirás tu ser, que se irá abriendo como una revelación, pues cada instante permite conocernos, toda vez que tengamos plena conciencia del aquí y ahora.

Así, un suspiro, una herida, el trino de un pájaro o la melodía ascendente de una vieja canción nos interpelarán. 

En nuestro viaje mutaremos, seremos otros en la mismidad de origen, aunque distintos de llegada.Las experiencias, cicatrices o aprendizaje por un lado, los años, sueños y cansancio por otro,  harán lo suyo.

El viaje tiene múltiples desafíos, siendo quizás el impulso de abandono uno de los principales. Pues entraña mantenerse en la ruta, soportar la adversidad y sostenerse en el viaje sin renunciar. Muchos desistirán, evadiendo, escapando o simplemente concluyendo su propia vida.

El camino no concluido impide llegar hasta el final, aunque adelanta el destino de mortalidad. Sin embargo, nuestro camino es mucho más que la mortalidad, es la capacidad de andar y traspasar fronteras, sentir la vida latir y deshacer los nudos de miles de acertijos. Amar y ser capaz de donar a otros al menos una idea fraterna.

Tal vez el ocaso sea de una oscuridad amenazante, allí tendremos que valernos de la fortaleza y valentía más que nunca, pues será una estación de escrutinio y recuerdos. Habitarán nuestra conciencia demasiadas travesías y personajes, como para ser indiferentes. Más la templanza debe ser también nuestra guía, junto a la apacible calma, que nos hermana con la mirada de esperanza en el universo.