miércoles, 17 de mayo de 2023

La Lluvia

Cae una feble lluvia sobre mi ciudad, lavando el rostro de sus murallas y calles. También alimentando a los sedientos árboles y cerros que la rodean como un collar mágico.

La lluvia prometida como temporal, no llega, la lluvia como salvación de la sequía, tampoco. En medio del desierto en el cual transitamos, al menos humedece la tierra y cuerpo de nuestro planeta. 

- También nuestros cuerpos- lo agradecen, nuestros cuerpos áridos de esperanza, con la mirada fija en un día que no es este. 

Más abajo, se aparece  un riachuelo que transita de manera calma rumbo al mar lejano, las aves se entrelazan y acometen hacia su cauce, buscando alimento y también jugando en este día nublado.

Sus graznidos y gorjeos se pierden entre el ruido, gritos y bocinas, sin embargo ahí están. No han desaparecido.

Por mientras, la ciudad se ve lejana, sus residentes caminan sempiternos, las calles de ayer ya no son las mismas. Como en la sentencia de Heráclito; nadie se baña dos veces en el mismo río. Aquí nadie transita dos veces por la misma calle.

Todo pareciera ser distinto, los rostros son otros, los muros atiborrados de rayados parecen cicatrices o golpes, contra el rostro de una ciudad perdida.

Sus espacios desdibujados, se asemejan a una visión corroída por el tiempo, como esas fotografías muy antiguas guardadas en baúles olvidados.

¿Estará nuestra ciudad bajo algún encanto desconocido, secuestrada en una suerte de baúl?

Una ciudad extraviada, con voces disonantes, anhelos perdidos y gritos en la noche que evocan antiguos residentes.

Una ciudad de olores primarios, de vapores y desperdicios que aumentan como un lastre permanente.

Mientras tanto, la lluvia sigue su curso, como buscando acariciar esa ciudad golpeada, extraviada y que busca su camino.

El ayer apenas cercano, se viste con una lejanía eterna. Las distancias se amplían, no hay unidad y las voces no se encuentran.

Quizás haya alguna oportunidad, quizás florezca en algún momento. Pues aunque los rostros demuestran desconocimiento, la esperanza aún late bajo esa capa gris.

Más abajo, una bandera erguida se encuentra en plena alameda y ondea siguiendo al viento de otoño. Se acerca el 21, se acerca el mes del mar y quizás muy pronto la lluvia nos lleve al nuevo viaje.

A lo lejos, las montañas impertérritas rodean la ciudad golpeada y su rostro desconocido, a lo lejos viene la promesa del invierno eterno, al menos para imaginar que no todo ha cambiado.

Entonces, recuerdo esos días distintos, esos días de inocencia que hacían latir nuestra ciudad, hasta que de pronto como en un sueño en medio de la noche, despertamos con nuestra ciudad golpeada y maltratada, y nosotros sumidos en un sopor del cual apenas estamos despertando.