viernes, 3 de febrero de 2023

El Rumbo

 Antiguamente, el rumbo no estaba asegurado, cada día podía ser el último, ya fuera por las fieras que depredaban a los antiguos habitantes, las enfermedades que no daban tregua a la vida, o la misma precariedad, que con suerte daba una posibilidad de superar los 30 años.

A medida que nuestra civilización avanzaba, las certezas iban en ascenso respecto al rumbo vital, aunque no del todo. Pues en una ápoca de travesías por el mar, la ausencia de instrumentos de navegación, hacía suponer que el extravío era una amenaza significativa, y con ese extravío la perdición hacia destinos inimaginables. Así lo testimonia Homero en la Odisea, donde el viaje es una sumatoria de extravíos agravados por la ira de los Dioses. Asimismo sucede con narraciones posteriores, como los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, entre otros.

La perdición, el extravío, conviven por tanto con nuestra especie desde los primeros tiempos, mutando quizás de foco, más no de nuestra ruta. El rumbo por tanto sigue en el itinerario, leve en algunas dimensiones, más agudo en otras, más siempre presente. Desde la consulta existencial que se le suelen hacer a los niños: ¿ Tienes pensado que serás cuando grande?, o aquellas en clave de sentencia y constatación severa: -Estás perdido- ,  Eres una perdida-, No tienes destino, Perdiste el rumbo, etc...

Tampoco falta la autopercepción: -No me encuentro a mi mismo- , - Estoy extraviado- -Realmente no sé adonde ir- Todas estas sentencias, nos hacen volver a ese rumbo, destino inicial, que golpea nuestra vida y va calando como el frío más avasallador en una noche que pretende ser eterna.

El rumbo también se pierde en la locura, en la demencia, en la sinrazón que se instala a través de proyectos imposibles o ideas sin asidero. Así, el extravío envuelve, seduce y vuelve delirante al fanático, al creyente, al sujeto y también a los pueblos. Los pueblos también pierden el rumbo, esa es una aseveración que no merece refutación. - Como es arriba, es abajo- - Lo micro y lo macro- - tanto el átomo como el universo, pueden colisionar y perderse. Nadie parece estar ajeno a ese designio.

Hay extravíos reveladores, hay otros que pierden para siempre, otros que embriagan. ¿Se puede volver del extravío? Esa es la apuesta máxima de los extraviados o de los que aún esperan su retorno. El camino de retorno no siempre está a la mano. Teseo debe internarse en el laberinto para enfrentar al Minotauro, sabe que una vez dentro, el extravío o la pérdida de su rumbo de retorno, cosa asumida. Debe acudir a una ayuda externa. Así, Ariadna, le facilita su madeja y el hilo de esta, hace de cordón elemental, umbilical, con la salida. Teseo logra su cometido, y puede retornar sin inconvenientes. Ulises demora 10 años de travesías, allí no hay cordón, sólo fe y esperanza, ayuda de la Diosa Atenea y la imagen de Ítaca, como el anhelo, también de Penélope y Telémaco.

El retorno no es sencillo, no hay nada asegurado, es un trabajo de esfuerzo y astucia, también de colaboración divina, donde el hombre a veces no se basta a si mismo. Es la manifestación de nuestros límites y finitud. Más el desafío sigue presente.

Pueblos, personas, día a día extravían el rumbo, algunos encuentran algo, otros la simple ilusión y espejismos. Es en ese momento, que la imagen primordial retorna y nos llama al retorno, más en muchas ocasiones, la noche ya ha plagado nuestro afán y la salida queda postergada.

En medio de nuestra ruta, bien parece no olvidar los elementos esenciales antes de iniciar la travesía, el destino y sus elementos de navegación: Las ayudas ofrecidas, la esperanza y la guía de la divinidad. Así al menos, nuestra existencia tendrá nuestra voluntad de avanzar ante el camino incognito.