lunes, 1 de junio de 2009

El Niño




Las sombras de la tarde se entremezclan con el silencio gélido del hogar, en dicho lugar la atmósfera apenas surte de vida el imaginario y también en la realidad. Justo en aquel instante, se observa una silueta diminuta, es una proyección atiborrada de sensaciones encarnada en un pequeño niño que deambula en su hogar.

Su figura ágil, destellante se asemeja a los seres del bosque, habitantes de valles perdidos en medio del verdor desplegado como escudo en donde las verdes campiñas adornan cual alfombra, su caminar. Así, recorren sonrientes tras riachuelos, desplegando su magia humana y de la otra, son seres de vida, esa vida que olvidamos, esa vida que enterramos el día en decidimos crecer.

Sus pequeñas manos intentan asir el aire que sobrevuela como un fantasma el espacio, juega a no asustarse, transitando por extrañas dimensiones que ha creado para sí, en su propio universo, en un jardín donde llega la luz, la calidez y las sonrisas de sus seres queridos. Su pequeña mano guarda como un tesoro un par de figuras, en su bolsillo carga piedras, pues aunque lo ignora se halla hermanado con la tierra, esa misma que su abuelo pisa y transita. Su memoria no le permite recordar fácilmente lo que es verdad de fantasía, pero es mucho mejor para el, pues así sus amigos y la sonrisa de la luna que lo impulsa con sus rayos serán una fuente de poder extra ante las amenazas. Así por un instante, no recordará al despertar si es sueño o verdad el sonido de sus padres discutiendo en torno a temas que sólo ellos saben. No sabrá si en verdad aquél muchacho agresivo que lo golpeó y por un instante se adentrará en si mismo para partir en el viaje que iniciara décadas anteriores otro como el.

Las huellas del jardín de su interior demarcan claramente la frontera entre el verdor de su propio mundo, frente al desierto árido de la externalidad. Sin embargo, el transita indiferente, como si todo aquello sólo fuese un mal recuerdo, un recuerdo de antes, de un tiempo perdido, olvidado y desterrado de su límite personal, de su propio yo interior.

Quienes le han observado resaltan cierto nerviosismo, inquietud y ansiedad que media para impedir su tranquilidad. Junto con ello, se denota una mirada de tristeza, una sensación que le acompaña en el pensamiento del presente que lo ha marcado, no es ajeno para él, la sensación de vulnerabilidad, de apatía y hasta hostigamiento que siente por parte de esos otros que lo invitan hoy a la mesa. ¿Cómo saber si dicha sensación se terminará apoderando de el hasta consumirlo? -No hay respuesta al respecto, al menos hoy-.

Las interrogantes nunca están de más, al contrario a ratos son respuestas dentro de preguntas y es de ese modo que la tristeza de su mirada es necesaria, pues dentro de ella emergerá la alegría, esa que corre por vías invisibles a quienes sólo observan lo aparente -¿Te recuerdas del Principito? : “Lo esencial es invisible a los ojos de los hombres”. El niño sonríe sabe que dentro de si la alegría corre a raudales, sólo falta que vengan a enterarse de su gozo y júbilo, más dicho descubrimiento no será prodigio de cualquiera, ni siquiera de quienes han estado bordeando su historia. El descubrir implica una aventura, el desafío y la entrega por conocer lo nuevo, ese otro que habita en si mismo y para ello el pequeño guarda su tesoro preciado, tan preciado como esas piedras extraídas desde le jardín de su interior.

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