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Ordep el Eremita del desierto, observó atentamente las señales del cielo y procedió a abandonar temporalmente su refugio para integrarse a su tribu.
La aldea festejaba un nuevo aniversario de la epopeya que les había llevado a instalarse en el oasis de Anamar y para ello su presencia era fundamental.
De esta forma, uno a uno los integrantes de la tribu fueron confluyendo ante el espacio de calma y riqueza que otorgaba aquél vergel.
Ordep observó atentamente aquella escena; la gran fogata ardiente y voluptuosa, los habitantes atentos y el cielo límpido. Por un instante se dejó llevar por las danzas de las bellas bailarinas y la música ensoñadora del laúd. La vida mundana traía un sabor renovado luego de su largo peregrinar, agradeció a la divinidad y por un instante se permitió seguir con deleite la festividad de aquella, su tierra prometida,
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