viernes, 18 de febrero de 2011

Mi Despedida del Templo

Concluido el relato reiniciamos nuestro ejercicio de meditación, aunque mi proceso marchaba sin mayores problemas a ratos era difícil no mover la vista y observar a mis compañeros cada cual en su propio dilema y abordando esta realidad desde esa doble dimensión de quietud activa que impulsa el zazen.

La tensión de las piernas y la mirada hacia el frente me llevaron nuevamente a concentrarme en mi respiración y con ello abandonar los pensamientos, dejarlos pasar y transitar en un espacio distinto a lo habitual...

El tiempo dejó de existir para mí, al menos en como lo vivencio habitualmente pues en un instante sin previo aviso se dio la señal de término, así cada cual debía desprenderse de la posición de loto o semiloto, las dificultades para hacerlo hablaban del trance que implica estar en una postura como indica el zazen sin embargo no obstante cada uno de los integrantes demostraba una suerte de arrojo, aceptación e incorporación de dichas manifestaciones, nada de lo expresado era falso. Dicho aspecto resultaba destacable , pues ninguno de los presentes aparentaba ni simulaba "estados de elevación o trascendencia" sino al contrario demostrar que este era un ejercicio arduo que implicaba esa tensión para mantenernos en conciencia y a su vez desplegarla hacia horizontes fuera de lo común sin olvidar el aquí y el ahora.

La indicación de la mujer guía fue de adoptar una posición de rodillas contra el suelo apoyando nuestra base en la planta de los pies, en esta postura se realizaría el ceremonial de lectura y cántico del Sutra Maka Hannya Haramita Shingyo. Entonado tanto en la mañana como al atardecer, corresponde a un canto de la gran sabiduría y apela en su esencia a avanzar más allá de la vacuidad: "Vamos, vamos, vamos juntos más allá del más allá a la orilla del Satori".

Tal cántico retumbaba en mis oídos de profano mientras seguía atento sus entonaciones y mantenía mi observación en aquél rito practicado por los monjes más experimentados y los novatos que allí estaban….

Concluido el Sutra, fuimos retirándonos paulatinamente en forma circular y con el saludo previo al altar en donde se mantenía una figura de Buda.

Al salir di las gracias a la mujer sonriente y a los demás integrantes, mi estadía allí había sido una fiel muestra de la vida en comunidad, ellos me invitaron a participar del almuerzo y acepté.

Finalizada la comida, procedí realizar mi Samu en el lugar que me había albergado, tal cual manda su ejecución sin esperar recompensa n reconocimiento, como una donación de gratuidad hacia el entorno que nos alberga., luego decidí saludar a la monja, su mirada era de una sonrisa calma, sin inquietud, era una "calma atención", también a sus acompañantes el jactancioso cocinero y el maestro de cocina con quienes había establecido un lazo más directo.


Atrás estaban los novatos, ellos se mantendrían por un tiempo más allí, mi marcha me esperaba, nuevos horizontes estaban por venir sólo que en esta ocasión iba con la enseñanza del zazen conmigo….

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