martes, 11 de septiembre de 2012

Festival de la Violencia

Resulta extraño observar a Chile en el último tiempo, pues no pasa un día, sin detectarse la expresión de algún evento de violencia que afecte la paz y orden social.

Pareciera como si el diálogo hubiese sido súbitamente reemplazado por una forma primaria  de  expresión;  - violencia en el amplio sentido del concepto-….

En efecto, encontramos desde eventos cotidianos tales como discusiones en un taco o el metro, hasta barricadas, asaltos, tomas, funas,  saqueos, atentados a la propiedad pública y privada, que se han ido instalando sin más,como una verdadera amenaza  a la libre expresión y a la capacidad de acuerdo.

Paradojal resulta entonces, encontrar que por un lado se reclama tolerancia e incluso se dicta una ley al respecto, en tanto por otro lado se retorna a las opiniones irreductibles, maniqueas y absolutas entre el bien versus el mal….

Con esto, pierde no sólo nuestro país ante la comunidad internacional sino también cada individuo, pues encuentra un universo disminuido, regresivo y terrorífico en donde se ve acorralado por esta suerte de  “matones iluminados”, los que bajo pretextos variados las emprenden con todo aquello que parece oponerse a sus directrices y expectativas.  En resumen,   las bases de nuestra civilidad comienzan a mostrar fisuras de cierta preocupación con este germen antisocial que se expande libremente....

Tiempo atrás escribía respecto al Summum de la expresión de violencia doméstica que había sido perpetrada en las instalaciones del Sernam (Servicio Nacional de la  Mujer)   por parte de un hombre hacia la mujer que hasta ese momento era su pareja.

Si hemos llegado a ese nivel de trasngresión bien se podría hablar de un festival de la violencia, como un elemento de referencia desde la realidad nacional.

¿Sintomático?, probablemente sí, pues cuando el ladrón llega a las barbas mismas de quienes han sido investidos de la defensa del orden, algo debe estar ocurriendo para que ello se exprese con tanta libertad.

 De esta manera, podríamos referir que la violencia ha permeado las diversas capas de nuestra estructura, sean estas escolares, familiares o sociales, para instalarse sin contrapeso como una conducta cotidiana. De lo cotidiano derivará una validación de facto y de allí a su uso indiscriminado como sucede en el presente, de eso no hay duda, pues para ello basta ver en la actualidad  eventos de diversa raigambre investidos del sello del destrozo y desborde irracional, sean estos; deportivos, ceremonias fúnebres, recordatorios, velatones, marchas políticas o tomas.

Decíamos que tales conductas son sintomáticas, pero ¿de que?. Si fuésemos rigurosos y coherentes con el discurso prevalente (pacifista) que se escucha habitualmente, podríamos indicar que existe una clara escisión entre la prédica existente (anti-bullyng, anti-violencia familiar o violencia política, entre otros) y la práctica, lo que ya  es suficiente para sospechar que esta disociación incuba una suerte de represión y negación  a la base.

En este sentido podríamos indicar que existe una cultura de validación de la violencia, que sin embargo busca embozar su actuar a través de prácticas opuestas. De tal manera se logra una suerte de consenso perverso del que actúa violentamente a través de un discurso expiatorio.

Esta validación embozada puede asimismo ser la estructuración más elemental de un modo de vida, una concepción ideológica o simplemente el cúmulo de emociones contenidas que se asumen más no se expresan con nitidez, -eso hasta ahora-.

El segundo evento que surge al verificar esta expresión, corresponde al modo de operar del aparato responsable de intervenir en la contención y sanción de esta  patología, entiéndase  policía, tribunales y autoridad en el amplio sentido de la palabra. Al analizar detenidamente su actuar, podremos observar un manto de  ambigüedad y timidez no sólo en la intervención de contención, sino a la hora misma de dictaminar sanciones, pues en el fondo el debate  pareciese indicar que se duda incluso de aplicar la normativa y ley vigente.

Esta apreciación no es una impresión casual, sino un  corolario extraído de la observación de  continuos episodios relacionados en la trama de violencia, en donde podemos indicar que múltiples destrozos de bienes públicos y privados no resultan suficientes para ser castigados como tampoco el lanzamiento de aparatos incendiarios e incluso la instalación de bombas.

En este contexto, la sensación de la ciudadanía es de angustia, desesperación y temor, todas emociones que aluden a una instancia primaria relacionada con la supervivencia más elemental, la que por ahora parece negada por la autoridad y asimismo por quienes han erigido el camino de la oscuridad agresora.

¿Vive nuestra sociedad una crisis?

La respuesta es si, una de concepción de autoridad, límites y normas que hasta ahora son simples esbozos sin una contraparte efectiva. Lo anterior, básicamente por parte de quienes se encuentran investidos justamente para tal efecto, esto es la institucionalidad de un estado de derecho y que sin embargo se ha paralizado hasta llegar a una suerte de curso catatónico, que ha  allanado el camino al imperio de la violencia.

Es esperable entender la posibilidad de discrepar más no de agredir, asimismo es factible entender en una democracia la elección más no la imposición  por grupos minoritarios y finalmente es dable esperar que quién transgreda el fino límite de los derechos individuales de los otros, reciba la reconvención y sanción proporcional, esto sin elevarlo al panteón de mártir o de  validación espuria sin más como se observa en el presente….

Chile demanda una intervención contundente ante grupos que han instalado la lógica de la violencia en diversos ámbitos, sin espacio para el debate, reflexión y respeto,  todos ellos elementos vitales para una democracia. De no ocurrir esto, lo esperable es que finalmente triunfe la violencia y con esto perdamos todos sumergidos en ella.



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