viernes, 21 de septiembre de 2018

La Vida late en lugares inesperados

Debemos asumir como un dato significativo; que la capacidad de sorpresa o asombro, se ha ido desvaneciendo de nuestra vivencia.

Las causas son variadas, y se esbozan desde  un modernismo galopante repleto de mecanismos rutinarios, sumado a oleadas de escepticismo,  o el ajetreo cotidiano en la ciudad que simplemente anestesia  cualquier capacidad de fijar nuestra mirada en el -Aquí y Ahora-.

Como sea, y aunque aumenten la voces con argumentos para afianzar esa mirada gris que baña la existencia, eso no implica un determinismo o suerte de destino inquebrantable. De hecho, la vida humana tiene como peculiar característica, el quiebre de esquemas una y otra vez, incluso de aquello que era definido como certeza inequívoca hace apenas un instante.

Nuestra capacidad de cambio, es parte del ADN evolutivo que nos hace avanzar, incluso a contrapelo del entorno.

Es importante señalar que ese cambio, no sólo está reservado para una esfera científica, social o de finanzas globales. Sino que habita y está habilitado para nuestras propias vidas, nuestra propia existencia.

Si entendemos eso, tendremos un par de pasos avanzados en el camino de nuestra vida, pues allí radica la fuerza inicial que debemos tener presente cada uno de nosotros, en cada día.

Desde ese contexto, deseo expresar que lo inesperado aparece detrás de cada evento que miremos y entendamos en  su especial cualidad de ser y estar. Sólo debemos estar atentos y abrir nuestros ojos, de manera presente. Así por ejemplo, me ocurrió hace unos días, al encontrarme de visita en casa de mis padres en el campo.

Me aprestaba a cortar unos trozos de madera apilada desde hace algunos días, me acerqué al conjunto de maderos, y pude observar desde viejas tablas, postes deteriorados, hasta ramas y troncos de distinta cuantía. -Todo normal y rutinario, hasta ese momento-. Por un instante, me detuve en uno de ellos, era parte del  brazo de un árbol, me atrajo el verdor en su parte media, me acerqué y lo tomé. Cual sería mi impresión, al poder observar que lo que pensaba inicialmente era musgo u hojas caídas, eran brotes. -Exactamente- ¡La Vida aún latía en ese trozo de madera, y buscaba abrirse paso!.

Ante dicho evento sorpresivo, hay mensaje escrito de manera sutil: ¿Cuánto podemos leer? o 
¿Cuánto deseamos ver?, ¿ Realmente lo hacemos a diario con el ave que canta, una abeja que poliniza las flores, o la sonrisa de un niño?

-En realidad, no lo creo- Sin embargo todo esto se trata de despertar, de abrir nuestros ojos y no aceptar el simple mecanicismo que nos embriaga, sólo necesitamos estar atentos, como señala la sentencia latina: Hic et Dunc.  Tampoco es el simple voluntarismo de moda, ni intentos parciales, es el camino, que hacemos momento a momento. Es una filosofía de vida, es la doctrina milenaria del Zen, es el caminar sin expectativas y ver más allá de las apariencias.

Acto seguido, seguí mi impulso (rompiendo el esquema), tomé ese brazo de árbol, lo sumergí en agua por uno minutos y conseguí una pala. Mi mente corrió mucho más rápido, mi padre ayudó a buscar el lugar. Entonces cavé, y  procedimos a plantarlo.

Me regocijé por un momento observando esa pequeña obra, y más aún, entendiendo que lo aparente, envuelve una realidad engañosa.

La vida de un árbol se había terminado ( al menos esa era la apariencia), o quizás una parte de el, sin embargo, algo más profundo latía dentro de ese madero. La oportunidad de volver a la vida, de extender los límites y decir; - Aquí estoy, no he muerto, en verdad, sólo fue una ilusión-....

La próxima vez que retorne donde mis padres, iré a ver el avance de ese antiguo madero, hoy devenido en simiente de  árbol.

La vida late más allá de las apariencias, nos envuelve y abraza, dejemos de llorar por la leche derramada y alegrémonos por ese despertar diario, que nos ha sido obsequiado y nos  permite revivir,  para despertar, como ese madero, más allá de una supuesta derrota o muerte....



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