viernes, 8 de enero de 2021

Crónica de una Rebelión

Sentarse frente a la ventana y observar la calle gris, mientras los transeúntes deambulan, fue mi decisión en cada tarde que llegaba a mi hogar.

La soledad había calado mi existencia y me negaba a reunirme nuevamente con el mero afán de oír las voces humanas que según muchos ayudaban a reinsertarse. Mi opinión era distinta, había que observarlos y ver su tránsito para saber que nuestra trama era distinta. Empecinados en llegar a algún lado, no llegaban finalmente a ninguno, obsesionados por hablar, finalmente consagraban un dialogo vacío.

¿Cuántas veces no lo había vivido, en cuántas ocasiones no lo había realizado? Era un viejo camino que para mí al menos estaba desahuciado, y por ello me rehusaba realizar. Los seres humanos habían sido vaciados de su esencia, transformados en sujetos de mera percepción de placer o displacer, arrobados en un egocentrismo supremo que los hacía pensar en sí y sólo para sí. Desde los individualistas hasta los colectivistas parecían no desear escuchar a nadie, simplemente relatar su discurso para impresionar como verdaderos actores en el tablón.

Me pregunté cuándo habría comenzado todo esto, intenté descifrar el momento exacto en que nuestra sociedad mutó a esta suerte de parodia en que nos convertimos. No logré dar con la respuesta precisa, aunque si sospechaba que todo comenzó con el avance del denominado desarrollo económico, por allá en los 90. En dicha década se comenzó a fraguar un cambio en el alma de mis connacionales, allí anidaba el verdadero germen del cambio presente.

Sobreprotección, ausencia parental, compensación vía regalos, ausencia de rigor, facilidad de compras, una animadversión hacia el sufrimiento, rechazo y vejez.

Recordé que hace más de 20 años vi por primera vez a un niño patear a su madre, mientras esta le daba explicaciones al niño.

Luego vendría la búsqueda de evitar ser adulto y la obsesión con ser viejo. En la práctica, se deseaba frenéticamente mantener la adolescencia y juventud a toda costa. Vino el auge de cirugías, implantes, productos estéticos, gimnasios, divorcios, disfrute oculto y evitación del paso de los años.

Los jóvenes no querían irse de la casa, tampoco deseaban trabajar y comenzaba a germinar la crítica de lo hecho por sus padres, aunque dicha crítica se hacía financiada por los mismos.

A la misma crítica hacia los padres, se sumó después la crítica a la sociedad, a nuestros emblemas, tradición e historia.

Así, los hijos intentaron no sólo “matar al padre”, sino a la rama familiar completa, rehaciendo su historia, esa infausta historia para ellos. De allí nació esa verdadera cofradía de los juramentados, cuya emergencia se empieza a observar desde el 2010 en adelante. Juramentados para rehacer todo lo creado, cuyo pecado original debía lavarse (según ellos). Una secta religioso-política, comenzaba a ver la luz, sus integrantes en su mayoría jóvenes y algunos rebeldes de antaño, comenzaban a levantar sus consignas, esta vez para gobernar e imponer la verdad perdida; -Su verdad-.

 

No hay comentarios: