viernes, 6 de marzo de 2009

Tras el acto Decisivo o Heroíco






A ratos nos parece inútil intentar cambiar algo que se nos presenta destinado a ser de una sólo manera. Dicha situación, rememora desde nuestra conciencia ancestral el atávico encuentro entre nuestra diminuta humanidad frente al adversario bestial y titánico, que obstruye con su poder el más mínimo deseo o acto de cambio que recorre nuestra conciencia.

Empero algo recorre nuestra conciencia, un naciente brote que entremezcla la ilusión, anhelo y arrojo que impide claudicar. De esta forma emerge una energía subterránea deseando actualizar aquello que hasta ahora ha dormitado en nuestros pensamientos, en una hibernación de los sueños por construir, pues pese a toda aquella barrera o dique sostenido por la imagen adversa, nos encontramos con nosotros mismos insistiendo arduamente por una determinada opción, con el afán de que las cosas sean de manera distintas a lo establecido.

Así, la fuerza y el anhelo de torcer el destino instalado nos lleva cual Sísifo a ir una y otra vez cuesta arriba, en un arranque de fuerzas sobrehumanas, superiores e imposibles de replicar desde el mundo terrenal en el que estamos insertos y sumidos.Es entonces cuando comienza larvadamente a surgir la imagen épica del Héroe.

Ante tal evento sólo queda sellar nuestra propia capacidad ante el devenir, nada está asegurado ni resuelto de antemano y por ello el abismo se agiganta cada vez más hasta tornarse voraz en su atracción hacia las tinieblas, empero el ardiente deseo que late dentro de nosotros nos empuja a intentar una y otra vez hacia dicho rumbo.

Es el desafío milenario, la imagen arquetípica que predispone nuestra heroicidad ante las sombras que deambulan intentando detener nuestro arrojo. De alguna forma surge dentro de nosotros la capacidad de someter nuestros temores y somos por un instante el Icaro que remonta los cielos para adentrarse en aquellas fronteras prohibidas que sólo hemos atisbado desde nuestro particular universo.

Hoy es entonces el instante para decidir nuestro camino en medio de las intrigantes voces que siembran la incertidumbre y duda.
¿Qué hacer?, es la pregunta entonces que surge en ocasiones para algunos y nos consume progresivamente impidiendo aligerar el peso para elevar nuestra búsqueda hacia los altos cielos celestes y luminosos del día prometido.

La indeterminación avanza de forma anónima, sin presentar claramente su rostro aunque son variadas las manifestaciones y contenidos enviados mediante subterfugios y señales que tienden a dominar nuestros primeros impulsos, calmarnos y adormecernos en la extensa estepa de la indecisión. ¿Qué hacer?, es el mensaje reiterativo, que resuena en nuestro inconciente y que retumba ante nuestra mirada de explorador devastado.

Los designios del devenir son múltiples, más no ajenos a nosotros, pues finalmente somos nosotros mismos aquellos buscadores y exploradores de ese mundo que nos rodea y al que emplazamos en cada nuevo día al encaminarnos en sus rutas.

De alguna forma, el sello de nuestro acto se encuentre en el arrojo, la capacidad de establecer con claridad el vínculo entre el deseo y nuestro sacrificio, demostrado en acciones en cada oportunidad. Una forma de entender sería considerar ¿Cuánto dimos de nosotros mismos en aquél instante?, pues el héroe no es avaro ni tampoco calculador solamente hace aquello que está dispuesto desde sus potencialidades sin más proyección que el instante, el hoy, el aquí y ahora demandante de una línea clara y sin vicisitudes.

Es Aquiles en el campo de batalla esperando el cumplimiento del designio del sino, es Lautaro adormecido en la quietud de la noche sin saber que el paso ha sido develado por un traidor, el Efialtes de la Termópilas que ha corrido a traicionar a los espartanos.

Respecto a los resultados, estos sólo serán aquilatados por la historia, en mirada retrospectiva, como los griegos acostumbraban remarcar; al final del gran viaje, sabremos el significado y alcance de nuestros actos. Sin olvidar que estos retornan a nosotros como el eco, que transporta mágicamente el hacer en nuestro propio devenir. De alguna manera somos los actores de un libreto que guarda celosamente el resultado hasta llegar a la última escena.

Si obtuvimos la gloria, un reconocimiento pasajero o el olvido eso será sólo una muestra del resultado Terminal de nuestro viaje.

Más allá de todo, los sueños vivirán permanentemente en nosotros y seremos nosotros mismos los encargados no sólo de cumplirlos, sino también de entenderlos, adecuarlos y remozarlos según cada instante en el que vivimos, sin que por ello renunciemos legítimamente a vivir según nuestras ideas y sentidos.

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