viernes, 22 de enero de 2010

Perversión


Perversidad; sensación de extraño disfrute que transgrede el mero placer por una escala más allá de la sensación. Satisfacción sin límites y normas establecidas, goce desenfrenado que no rinde culto ni reconoce más amo que el deseo e impulso desatado bajo la cautela de una conciencia gélida y meticulosa, cual arácnido artesano que teje los hilos de la captura de su presa..

La enigmática mirada de un placer obtenido bajo códigos ajenos a la formalidad, tales como; el voyerismo, sadismo, masoquismo y otros, son la antesala de un espacio de ausencia de culpabilidad y de distancia con el objeto primario del deseo. Asimismo la perversidad ejerce su imperio en ese compartir y prestar ayuda a otro bajo el ataque encriptado en sugerencia, duda o ingenua pregunta.

Encontramos también el cruce de seducción y perversidad; allí surgen las “Vampiresas” y “Femme Fatal” que arrastran una extraña estela de tragedias bajo su presencia. He constatado historias de mujeres que sólo buscan la conquista de un hombre cual excéntrico cazador, sin más interés que ver derrumbada su cofradía familiar constituida bajo los rituales de la tradición, formalidad o mera aspiración de un amor entre la pareja. No debemos confundir esto, con aquél afecto construido en base de la constatación, el darse cuenta y aceptación de los posibles efectos de quebrantar un cierto orden establecido que no es sino la aceptación de culpa y la necesaria búsqueda de redención bajo la perspectiva de que tal sacrificio tiene un objetivo.
-No- aquí hablamos de una acción premeditada consistente en acceder a un placer o goce mediante un otro como simple instrumento que luego se desecha. No es por tanto portavoz de la consolidación del amor como fundador de una relación, de un proyecto o un sueño de anhelo consolidado bajo el sacrificio y la crítica del entorno.

Perversidad dispuesta a una transformación de placer bajo los mantos del encubrimiento, el cálculo y la sensación de que no se debe rendir cuenta a nadie ni nada, la sensación del despecho básico, del enfrentamiento con la deidad bajo los nombres de Caín, Lucifer, sombra de proyecciones siniestras que no aceptan un no como señal ni tampoco la felicidad como concepto de consenso. Es la extrapolación del ensimismamiento y narcisismo desbordante, ajeno, patógeno que sólo es capaz de encontrarse en el yermo terreno de la aridez de su yoismo desatado, por ello su amor nunca germina, florece, ni su amistad genera, desarrolla e impulsa hacia otros estadios que no sean una oscura sensación de goce a través del necesario sufrimiento y tribulación del otro.

Es la insatisfacción, envidia y del avasallamiento en lo social, es el despliegue de medios retorcidos para acceder a un sentido de cumplimiento con la satisfacción.

La vana palabra mueve a desear a otros un estado que inclusive trastoque sus íntimas convicciones, cual serpiente del edén que bajo el discurso de la justicia y sabiduría tentó el pacto establecido entre el hombre y la deidad.

La perversidad envuelve todos los espacios, los cubre de justificaciones y camina siempre tras el sacrificio, ruptura y quebranto sin manifestar el arrepentimiento, sino al contrario saboreando cada paso que avanza a consolidar su propia percepción de lo que se debe hacer, olvidando el futuro de sus víctimas y sus pactos.

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