lunes, 3 de enero de 2011

Mi estada en el Templo




Habiendo encontrado mi sitio en aquél lugar, procedí a sentarme en posición de medio loto, mirar atentamente al frente del muro que daba con una cortina e iniciar la meditación.

Mi respiración se fue tornando pausada, el aire entraba y salía de manera calma por mi nariz y sólo eso era relevante para tal ejercicio. Mis ojos abiertos, viajaban más allá de la simple frontera que aparecía en mi exterior y así de alguna manera, fui identificando el proceso de estar allí, sin más objetivo que simplemente estar. Algo extraño para quienes solemos disponer los objetivos y metas permanentemente por sobre la acción.

No puedo negar que el hecho de estar en una posición que no es la habitual; inmóvil y con un mandato de no dar atención a los pensamientos sino “dejarlos pasar como nubes” era algo desafiante. Así me mantuve, en un instante mi respiración se hizo presente en mi estómago, de este modo cuando inspiraba mi abdomen se llenaba de aire cual fuelle y del mismo modo al exhalar este se vaciaba, era ese un hecho del que tomaba conciencia y del cual ocasionalmente me habría llamado la atención.

Mantuve mi respiración a tono, el tiempo parecía deslizarse sutilmente y nada en mis acompañantes del dojo parecía delatar algo distinto.

De rato en rato algunas sensaciones variadas me recorrían; deseos de pararme, comezón y una cierta incomodidad en estar sentado y sincermente resultaban tan molestos como un tábano en el campo. De pronto todo aquello desapareció y frente a mí emergió la imagen de una joven mujer de negro, era una suerte de representación primordial, un imagen lúcida del anima que habitaba en mi interior; dulce, amable y seductora que caminaba a mi alrededor desplegando una danza que emitía una suerte de rogativa o algarabía. La sensación de sentir sin oír como era esa que experimentaba me mantenía perplejo, luego de un rato, la imagen igualmente se fue diluyendo no sin antes mirarme atentamente antes de marcharse, aquella figura era muy vivida.

De pronto uno de los practicantes antiguos se levantó, caminaba alrededor de nosotros, alguien hizo un ademán de inclinación, el primer sujeto provisto de un bastón de madera similar a una katana, que en estricto rigor se denomina kyosaku (según me explicaron mis anfitriones más tarde) se paró detrás de el y procedió a dar descargas en cada uno de sus hombros. Esto me enteraría posteriormente como elemento de colaboración para mejorar la postura y asimismo la concentración.

Todo aquél proceso me abría un mundo desconocido,insospechado de detalles como este ejercicio, el estar ahí, del hacer el camino (el Do) , hacia el instante del satori. Observé con atención y el procedimiento se repitió a lo menos con cuatro integrantes más. De pronto unas campanadas indicaron que la primera parte había concluido, las piernas semi dormidas, agarrotadas no ayudaban, para ello estaba dispuesta esta etapa intermedia que llamaban; Kinin y que consistía en una “caminata” en círculo con las manos dispuestas de tal manera que; el puño izquierdo fuese acogido por la mano derecha y el dedo pulgar de la primera recogido entrara en la altura del esternón.

Pequeños pasos, respiración pausada y mirada hacia frontal y serena eran la tónica de dicho ejercicio, era parte, un eslabón de una larga cadena de personajes que marchaban en el escenario de la representación milenaria.

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