viernes, 2 de octubre de 2015

Extravío, Oportunidad y Demases

Surge en el horizonte un nuevo aire, el ciclo de una nueva estación que dará curso a un proceso de renovación para comenzar posteriormente el tránsito hacia el periodo estival. La naturaleza contiene dentro de sí, aquello que los humanos buscamos manipular y controlar obsesivamente, esto es, el tránsito, cambio y transformación. Efectivamente,  elevados a la categoría de  Dioses, muchos intentan un diseño que termina cayendo una y otra vez como la torre de Babel, para conducir finalmente a una crisis tras otra.

¿Somos capaces acaso de reconocer una oportunidad y valorarla?, ¿Apreciamos de verdad la opción de liderar un destino de progreso hacia la comunidad o sólo nos encontramos envilecidos en un pensamiento de hegemonía vana?

Cada pregunta arroja un caudal de interpelación que debiese a lo menos inquietarnos, sin embargo nuestra cualidad pareciese ignorar lo obvio, que se evidencia en  nuestra permanente evasión de la responsabilidad y entendimiento.

La oportunidad es la evidencia de un camino, quizás no el deseado sino el factible y accesible, más muchos desean el puente de oro y no el de madera. De tal forma la obsesión por la forma nos lleva a destruir el fondo de lo que pretendemos impulsar. Esto conduce a un ideologismo a ultranza, dogma que trasciende e impone un traje rígido y que estrecha las opciones de quienes buscan simple y llanamente avanzar en el día a día, paso a paso, sin destruir ni derrumbar lo hasta ahora logrado.

Al perder de vista el objetivo esencial por la obcecación de un mero formalismo vestido de rigor e inviolabilidad sacra, la acción de la polis deviene en una suerte de teocracia. Entonces, lógicamente aparecen los sumos sacerdotes, quienes enarbolarán las verdades eternas que no podrán ser cambiadas, so pena de la condena y lapidación de la turba.

De esta forma, surge el extravío, que no es sino la pérdida de ruta de aquél sentido esencial que nos guiaba por una descoordinación y falta de contacto esencial con los signos que trascienden nuestro simple parecer. Más allá de todo deseo se encuentra el efecto de los actos,  y de estos, sus consecuencias, las que no podrán ser borradas fácilmente. De tal modo que la virtud cardinal siempre ha sido la prudencia, más esta no implica declinar ni evitar, sino calibrar el justo procedimiento hacia la meta deseada.

En efecto, Aristóteles define la valentía justamente como el punto equidistante entre el cobarde y el temerario. Por ello, quienes buscan destruir, avasallar y simplemente imponer terminan actuando temerariamente, sin la guía elemental de reflexión y respeto hacia el entorno. Asimismo quienes sólo ansían prolongar el conflicto desencadenando una verdadera guerra, abren la opción del enfrentamiento sin considerar la vía del entendimiento.

Valorar la capacidad de análisis y razón por sobre el simple impulso o voluntarismo,  no es signo de cobardía o futilidad ambigua como vociferan algunos, tampoco lo es aceptar con honestidad el error que ha sido labrado por nuestras decisiones.

¿Qué impide retornar a la ruta necesaria? -Es la pregunta que muchos lanzan en su fuero interno y a ratos vociferan en su angustia por  la desesperación de quién es testigo del derrumbe de un hogar construido arduamente-.

La mejor respuesta nos la presentan nuestras manos, una mano abierta es signo de recepción, ayuda y apoyo, ejemplo del instante de fraternidad que vive dentro de nosotros. Por el contrario, una mano empuñada, es la muestra del encono, ira y violencia que surge como amenaza y potencial agresión.

Es tiempo de abrir nuestras manos, es oportunidad de iniciar un nuevo ciclo siguiendo el curso hacia la primavera.

¿Será capaz nuestra sociedad de transitar de la mano empuñada a la mano abierta?, es un deseo que se abre como torrente bajando de la montaña.



No hay comentarios: