lunes, 20 de junio de 2011

Rumbo al Día del Padre

Llueve en Santiago, las calles lavan su rostro del tiznado que alberga la superficie de esta ciudad, hasta ayer gris y hoy traslúcida como un rostro que rejuvenece al sacar capas y capas de sedimento, provocado por partículas contaminantes de origen diverso.

El silencio asimismo se extiende, para el deleite de quienes no olvidamos el viento, las gotas que precipitan y las aves que en su peregrinación labran un escenario de remembranza anclada a ese tiempo ido, que hasta ayer era presente vital…

El vidrio se empaña, viajo a ver a mi padre, leo mientras mi bus avanza en un tránsito moderado, calmo -diría yo- por la carretera, rumbo a mi hogar primigenio. Atrás queda la ciudad de cemento y sus demenciales moradores que la elevan a salvaguarda de nuestro destino.

La lluvia a ratos se torna furiosa, la arremetida es significativa y desde un pequeño fragmento de la ventana, observo como la tierra se presenta ante un ritual milenario. Me siento extraño, si bien no ajeno del todo, algo inquietante me acompaña, pues he vivido esa sensación otras veces, -lo sé instintivamente- y en cuanto me siento de regreso, fijo mi atención en el periódico que he comprado. La lectura es amena; entrevista del juguetón y psicomágico Alejandro Jodorowsky (a través de una pauta enviada) al ácido y destacado poeta Armando Uribe. Las preguntas buscan incomodar o al menos invitar a ser “políticamente correcto”, Uribe replica y ordena el enjambre de ardides del psicomago una y otra vez, con esa característica formalidad suya que detiene en seco hasta el más osado interlocutor. –Pienso y asumo que me agrada Uribe-, nada que ver con esos saltimbanquis actuales, que con sonrisas o de manera rastrera pretenden comulgar con Dios y el Diablo o asumir un rol de ambos sin salir magullados. Prosigo mi lectura, unas páginas más allá ojeo las opiniones de Zurita, quién remacha: “Ya hice lo que tenía que hacer”, al parecer existe un encuentro de notas con poetas esta mañana.

El viaje es breve, el camino conocido, así el tiempo parece disminuir entre tanta ansiedad, pululando en medio del devenir que nos espera en medio de la nada. Fijo mi lectura en medio de una nota referente a jóvenes con enfermedad de viejos. Pienso:

- Lástima de aquellos que pretendieron culminar su vida en un solo acto, cuando nadie es dueño del libreto-.


La mañana avanza, ni rastros de las cenizas del volcán caulle por estos lados, al contrario las montañas se tornan cada vez más nítidas y con esa clásica nube que las envuelve en medio de una nevazón. Imponentes moles, son los gigantes dormidos a los que aludía Serrano en sus escritos, solamente dormidos pues como hemos constatado en los últimos días la fuerza telúrica corre ávidamente en las entrañas de nuestra amada tierra.

Me acerco a mi objetivo, el valle se despliega en su magnificencia,- ¡Aconcagua por fin!- exclamo, tierra de sacralidad, campesinado, viñedos y olor a trillas junto a sus cordones montañosos que adornan el extenso valle que se va enlazando en medio de riscos, montes y ríos.

La celebración del día del padre resulta una excelente excusa de reunión familiar, la lluvia no se detiene, las gotas rebotan en el pavimento mientras en un potrero el verdor de antaño me recuerda los días de mi infancia.

Al bajarme el aire es otro, la tierra bulle de vapor, mientras camino donde mi progenitor, logro por un instante apreciar esa magnífica escena y el abrazo con mi padre es más fuerte de lo esperado, como si hubiesen pasado siglos y fuéramos más pesados, rígidos, aquellos que ahora cumplíamos el ritual de saludo y encuentro….

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