jueves, 4 de febrero de 2010

Reflexión


Silencio, la noche campea y a lo lejos las estrellas emiten su resplandor de antorchas eternas.
El viento mece los ramajes levantando pequeñas partículas en el aire y suspendiendo la sensación de quietud..

Uno que otro grito de perros y de pronto una lechuza que canta su presencia en la inmensidad de la montaña que me remece ante su magnitud..

Nada de automóviles, tacos, vehículos tripulados por sujetos enardecidos a la espera de un espacio o de sirenas altisonantes…. –No-, me encuentro con esa rareza del simple silencio que cala, inquieta y alarma a nuestro sistema nervioso frente a las amenazas de la oscuridad tejidas desde milenios, más no erosionan mi ser, al contrario me informan que estoy más vivo que nunca.

Mantengo mi quietud en ese espacio mientras me encuentro frente a frente con la naturaleza, hoy en su rol de paz, pues mañana podría variar dicha condición. Respiro aprovechando el máximo de mi capacidad, como si fuera un aspiración de vida o muerte. El frío da una sensación distinta al aire que entra en mis vías respiratorias, se siente cada avance detenidamente, se vivencia cada momento en su justa dimensión dejando de lado esa suerte de sonambulismo que me aborda en la ciudad.

Mientras camino froto mis manos, lanzo una bocanada de aire y este se transfigura en una estela que asciende, esto me recuerda mi infancia y juegos en la cordillera nevada. Por un momento camino por un sendero iluminado bajo el reflejo de la luna y me encamino hacia un destino que imagino a mi antojo, los temores han desaparecido, la sensación de bienestar es coherente con esa montaña que me observa como un señero gigante mientras a lo lejos el correr del agua de una pequeña cascada sacude los sentidos con su golpeteo en las rocas y me invita una vez más a beber del manantial secreto de la naturaleza….

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