lunes, 16 de abril de 2012

Padre/Hijo

La disputa ancestral por el liderazgo de la manada, se gesta en el seno del grupo más esencial: La familia. En efecto, las rivalidades y disputas que observamos en la sociedad nos remiten a una etapa previa en el seno de esta entidad reconocida como célula social básica, matriz primordial, donde los diversos actores y libretos relacionales se actualizan dinámicamente, siendo uno de ellos; la díada Padre-Hijo.

Con la infancia se marca un proceso paulatino de autonomía de los hijos y que prosigue su curso a través de todo el ciclo vital, siendo preferentemente la adolescencia, esa etapa que marca el despertar del niño en una mirada de apertura tanto hacia el mundo interno y externo, iniciando así un lento desapego de quién hasta hace poco caminaba bajo el alero protector de sus progenitores o cuidadores…

Desde una aproximación en torno al vínculo filial de origen, es la madre quién lleva una invisible delantera frente al padre. Esto, desde la misma gestación hasta la crianza posterior, básicamente observable en la capacidad de generar una imagen de albergue y acogida, que nutre a tanto a nivel orgánico como simbólico a su prole. Ella es el seno, el Hogar mítico que acoge al niño prodigándole alimento, seguridad y cuidado. La sensación de orfandad del niño presen te en diversas etapas se atenua con esta presencia. A partir de estos procesos constatamos nítidamente las tendencias prevalentes de hoy, orientadas a enfatizar el periodo gestacional, los aprontes del parto, las etapas de inicio en la crianza y sobre todo la ligazón madre-hijo representada en el proceso de apego.

El padre en tanto, es siempre un extraño, ese –otro- ajeno al proceso inmediato de nuestra naturaleza, que debe llegar a ubicarse en un rol aún indefinido, más aún ,competidor por ese amor filial a nuestra madre e incluso un flagrante agresor, que debemos conocer en un proceso de vicisitudes no menor.

Su validación requerirá un camino mucho más zigzagueante que el delineado por la naturaleza filial entre madre-hijo. En este ámbito, no debemos olvidar al mito como referente simbólico de estas relaciones y conflictos. Así por ejemplo, encontramos a Cronos divin idad tutelat quién devoraba a sus hijos como una suerte de exterminio, siendo finalmente extinto a manos de Zeus. Por otro lado, la historia de Edipo, quién mata a su padre y se casa con su madre ha dado para una teoría extensa desde la perspectiva psicoanalítica.

No obstante, estos aspectos que remiten a una variante clásica del conflicto Padre/Hijo, no son los únicos, sino también existen aquello dilemas presentes ante la búsqueda del padre ausente. En efecto, no es cercana esta expresión sólo a una cultura de base matriarcal, sino que también a la dimensión misma de la presencia simbólica de la imagen paterna. Así, las historias narradas que relatan el recorrido de los hijos en busca de su padre no resultan menores, este es el caso de las historias de los navajos y asimismo la mitología griega quién nos habla de faetón tras su padre Helios.

De este modo ya sea a través de la confrontación, búsqueda y validación, el encuentro del joven ante su padre es asimismo una mirada introspectiva, un descubrimiento de aquello que se ignora, niega y de algún mode se desea destruir como amenaza y que sin embargo tarde o temprano será lo que identificará ante la profundidad de las capacidades y diferencias que nos une con el progenitor.

Por ello, sin temor a equivocarnos, podríamos rastrear los excesos y dificultades de nuestra vida social presente, en nuestro hogar primigenio. Así las reglas y normas desdeñadas emergerían como elementos finales al indagar una estructura familiar difusa o extremadamente permisiva que no logró ser procesada e incorporada y ante la cual hoy simplemente actuamos como sujetos reactivos.

Por otro lado, nuestra dificultad por asumir la imagen de autoridad sería el corolario de una relación principalmente supeditada, subordinada o sencillamente ausente de la imagen paterna.

Nuestra manada requiere tanto de orden para su continuidad y asimismo deliberación en cada etapa de nuestras vidas.


Para ello, tendremos el recuerdo permanente de nuestro aprendizaje a través de los hitos en nuestro curso vital. Allí emergerá en la memoria ; el viejo lomo plateado d elos gorilas junto al lobo alfa o el rey de la jungla con sus agrias y amenazantes dentaduras. Todos ellos simbolizan el mando y amor fraternal encarnados en nuestro progenitor, de quién somos y seremos tributarios y herederos, para encaminarnos hacia nuestros propios desafíos, toda vez que salvemos los obstáculos que conlleva el propio desarrollo en el camino de la vida y la necesaria integración de esa imagen paterna que nos ha acompañado en el tiempo.

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