viernes, 18 de enero de 2008

La Rebelión




González salió rápidamente de su oficina maldiciendo y pronunciando palabras entrecortadas, se detuvo apenas un instante a recoger su chaqueta y giró en dirección al bar de calle Compañía. Mientras avanzaba, se traducía como el particular ejemplo del individuo de mirada perdida, cuasi invisible frente a su entorno, ajeno de la realidad, algo que sin ser un pesimista vemos y sentimos mas habitualmente que lejanamente. ¡Maldito!, -espetó- solamente por su cargo, porque es el jefe, porque esta mierda de cesantía no para, por mis hijos, por las deudas del verano pasado y por supuesto porque es hijo de uno de los accionistas, protegido de Friedmann , sencillamente porque es una autoridad sentenció. – --- Aquello fue quizás lo más determinante que se percibió en ese momento -.


Momentos antes, en una participación de trabajo en uno de esos grupos imitativos a los “círculos de calidad” de factura nipona, su jefe directo las emprendía contra una propuesta de González, en realidad lo de González era la excusa perfecta para acabar con lo que pensaba era una pérdida de tiempo y bueno allí estaba González, “ Gonzalito” como pieza perfecta para acabar con esa carga fastidiosa. Nuestro aludido masticando su rabia, acogió pasivamente las observaciones cargadas de ironía, sus ojos trémulos, su cara, en realidad su cuerpo convulsionaban y sólo pensaba en que el castigo terminara, entregado cual bestia al dominio de su amo, no opuso resistencia, o tal sí aunque nunca se vio un movimiento de contraofensiva, nada parecido a un desacuerdo, en realidad fue una muestra fiel de la disciplina más brutal en la compleja y fastidiosa relación entre individuos.


Al llegar al bar, entró, miró sin dar mayor importancia a los parroquianos, caminó lentamente, como entre nubes, su pensamiento vagaba, al sentarse en la barra pidió lo de costumbre. Nuevamente su mente echó a andar las pesadas imágenes de realidad que a estas alturas le eran difícilmente aceptables, cada vez más inaceptables, como una película cuya potencia sobrepasa nuestros sentidos, quedando el escape como salida, ese escape por la puerta trasera, rió, volvió a reír y bebió profusamente. Al frente, un antiguo espejo dibujaba una escena difusa, en realidad cada vez que se miraba no lograba sentirse retratado en el reflejo y cerraba los ojos , buscando en su interior aquella identidad que se extravío en alguna parte de su vida, en alguna de esas pequeñas calles sin salida.


¿ Que hacer? , Mierda, - pronunció- y volvió a beber esta vez de manera profusa. Sobrepasado en mis derechos más básicos, ¿derechos? , ¿Tengo derechos acaso?. Ese discurso me parece un patético grito que es traspasado a los más débiles y que sirve como el graznido de los gansos, pero cuando se olvida, el graznido no se oye, no se escucha, sencillamente muere y con ello se entierra al hombre indicó. Yo soy ese ganso silencioso junto a miles que hemos olvidado lo más básico graznar , por ello no será la ley lo que hoy me expiará , deberá ser algo anterior , ¿y que? –sonrió con cierta amargura- ¿ Un ajusticiamiento? , creo que no, sencillamente mostraría mi total derrota, la muerte por la muerte no es sino la más despiadada muestra de frenetismo desquiciado que logra trasladar hacia el que la ejecuta los más obscuros vicios que intenta limpiar, una mano ensangrentada, no será para mí el remedio frente al mal que hoy padezco.


- Otra copa- señaló, con sus ojos fijos, clavados en ese horizonte que intentaba dilucidar, buscando como el más insigne explorador en la selva de pensamientos, que cual laberinto hacía imposible por momentos avanzar, más al recordar su misión se empecinaba, él debía pagar, si pagaría. González no cedería a ese impulso que buscaba no tan solo saciar su sed de venganza sino también para romper sus ataduras y lo haría de manera tal de exiliar ese sentimiento de temor- congratulación, temor por un lado a todo aquello que se aparecía como superior y ese desear ser agradable a todos era la toxina producida por el mismo y debía remediarlo, pues tarde o temprano terminarían por destruirlo.


A través de su mirada la realidad fue trasluciendo una cara desconocida, como en aquellos días de neblina en donde el sol deja entrever su faz apenas un instante. Mientras, su mente se esclarecía en lo que debía hacer, repitiéndose asimismo como un mantra sagrado aquello.


Al enfrentarse con la puerta de entrada apenas una vacilación. Subió pausadamente como en trance, decidido a purgar su verdadero karma mezcla de servilismo, temor, impotencia y represión. Pensaba en que instante, a través de que vivencia dichos sentimientos había surgido y anidado tan hondo en su persona. Culpó la educación timorata con los sacerdotes, el clasismo encubierto de esa época , sí esa época y las miles de normas que lo rodearon desde pequeño, hasta ahora, -la masa necesita normas, quienes dirigen valor – había sentenciado uno de estos personajes y González pensaba cuanta razón o más bien cuan real parecía ser aquello, bastaba verle, un perfecto funcionario, eso funcionario, es decir aquél que cumple una tarea definida a través de un cuerpo de reglas o normas, la tristeza se apodero un instante de nuestro personaje pues se percataba cuan alejado estaba de la verdadera autonomía aquella que nos baña con una sensación de clarividencia e impulsa a creer día a día sin más verdad que lo que somos, sin las fantasías a las cuales somos acarreados o más bien encantados cuales ratas de hamelín.


- Unos pasos más, ¡por fin! - Exclamó - veremos ahora - se alcanzó- a oír. Sus compañeros impresionados lo vieron entrar o más bien no, pues no era González en realidad, o por lo menos no aquél de antes, su némesis prefigurada como un fantasma infiltrado en medio de ese espacio de mansos corderos había logrado transfigurar por momentos el corral neomoderno de paneles separados, imagen y semejanza de los compartimentos utilizados para animales en granjas y criaderos.


Apenas dos o tres minutos de aparente calma y luego un disparo rompió el ambiente de expectación, presurosos y apiñados cual rebaño de ovejas, los empleados se acercaron a la puerta. González emergió impertérrito y apenas miró a su ocasional audiencia, tomó sus pertenencias y caminó hasta perderse.


Las versiones posteriores se enredan en señalar los hechos fidedignamente, así algunos mencionan que al entrar se encontraron con un jefe tembloroso y absorto en la muralla donde González había estampado su advertencia, apenas unos centímetros de su espalda, otros en tanto señalaron que al entrar este se hallaba sentado en su silla y despreocupadamente se ufanaba de haber despedido al más inútil de sus funcionarios.


Finalmente algunos señalan que ese día González se encontraba trabajando cabizbajo y perdido en medio de papeles como era su costumbre sin ni siquiera percatarse del hecho negando cualquier autoría de tan insignificante ser.

Al enterarme de esta historia me incliné a desear que fuese la primera versión la que hubiese acaecido, tal vez por una especie de empatía con esa rebeldía algo cinematográfica. Sin embargo, los antecedentes posteriores podrían confirmar que ese día efectivamente González no se movió de su escritorio y más bien fue todo un complejo proceso en donde imaginación y realidad se fundieron haciendo posible la reivindicación del vilipendiado oficinista .

Sin importar lo anterior ni el paso del tiempo, en medio de escapadas a beber un café o almorzar los empleados suelen comentar tal incidente y recordarlo como aquellos mitos que nos permiten vivir con un dejo de tranquilidad, como aquellas creencias que nos hablan de un momento de triunfo y gloria, sin importar si es fantasía o realidad.


Diciembre 2000.

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