lunes, 8 de octubre de 2007

Dolor


¿Qué es el Dolor? -me pregunto- mientras veo llorar de manera desgarradora a una mujer por la pérdida de su marido a manos de unos desalmados.

¿Que es dolor?, es esa sensación que te consume y devora internamente, apremiándote contra la realidad, un impacto directo hacia tu estómago que te priva de respiración casi asfixiándote del todo, hasta aplastar tu existencia.

Me preguntas por el dolor, dolor es sentir que el fuego devora tus entrañas y no puedes hacer nada, sentir el paso de mil corceles pisoteando tu cuerpo una y otra vez.
Cargar el peso de la historia sin ser eficiente, el abandono más absoluto ante un adversario invisible.

El dolor es desgarrador, las llagas abiertas capturan el más mínimo estímulo impulsado ya sea a través de objetos físicos tangibles o a veces cuasi intangibles como la brisa e inclusive los pensamientos.

-Recuerdo entonces mis reflexiones en torno a un enfermo que acompañé- “Aunque el quiebre era profundo, persistía en su interior el íntimo anhelo de que todo cesaría alguna vez y no se percibiera como algo eterno, permanente e imposible de concluir, como un sino de castigo ad eternum”.

La imagen de silencio, sin palabras en el aire, recorría mi memoria como si hubiese existido en algún momento la instancia sanadora en donde apartado de todo y todos fuese posible aislar emociones, sentimientos y convivir en armonía con el todo.
Una especie de fusión mística trascendente, en donde mi estado de conciencia superará las afecciones y fuese en verdad otra realidad, algo así como un nuevo mundo o sencillamente ese estado que nos libera de nuestros sufrimientos terrenales, una suerte de nirvana.

Mientras, el dolor se extendía, aleteaba, buscaba internarse en mi estado de conciencia, atribulado asumo que es sólo tiempo presente, es la instantánea necesidad de poder sentir nuestra vulnerabilidad, es el contacto a tierra con nuestra real corporalidad y que de alguna manera nos ubica en el sitial que cada uno tiene, así nos liberamos de la fantasía, somos nosotros mismos enfrentados al devenir, tan sólo nosotros, nuestra conciencia y fe como sostenedores, sin nada que ocultar o encubrir.

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